A romero
Aunque los efectos de la guerra civil en su caserío, no
fueron de caza ni de bombardeos, los sufridos fueron de picotas, que no son
perlas del Jerte, ni protuberante
elemento que se alarga por la mentira, sino el más cruel de los inventos como
puede ser una herramienta de trabajo, duro trabajo, demoledor para el espinazo
del portador, como se extienden los cheques, como para la ciudad que perdió los
Cielos, y no por pecado mortal, sino por
uno más grave, el pecado moral, pues de este,
ni los agnósticos se libran.
La moralidad es relativa cuando hay jornales de por medio,
riquezas vis a vis, entre muchos y pocos, y muchos más que ni medio se enteran.
La especulación como idea para divagar, por la ciudad de la
gracia, de la broma, de los silencios, del chiste, de la dualidad cainista,
pudo y no pudo con la plaza, la de abastos, la de la Encarnación de mis
carnes que parte del verbo, ser y no fue, y cuando fue ¡zas! le derribaron una
parte de lo que fue un todo, y con ello su hermosa planta de Dados a Regina, que
bordearon tantas bambalinas besando sus acacias, para realizar un eje
imposible, inexistente, un ensanche de puñetas, mangas de chantillí, anchas de
adefesios y pastiches de una falsedad, dialogo con la mentira.
Y ahí está, casi sin quererlo, regalando Cielos únicos, de
azules como división, la de sus placeros en diáspora, esperando un sabhat para
poder volver a sus orígenes. Amen.
Tal vez entre las piedras de esta Hispalis encontrada
aparezcan, hijos de sus entrañas finos y fríos, como caldo del triangulo, que
no gélidos como escalofrió recorriendo los lomos en el orgasmo de una virgen,
sino el producto de molturación de la vid, sacro jugo, con el que brindar algún
día en este Alcázar que no se rinde, catedral de los sentidos que es mi plaza
de abastos soñada, tal como esta ciudad, que hasta los picaros inspiran best
seller, y que no existe nada más que en las ensoñaciones de los ilusos que en
el ensimismamiento del sopor le llegan hasta los aromas que le desprende su
deseo a jazmines y a romero.
Francisco Rodríguez Estévez
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