Algo no
debe funcionar bien
Cuando
los ciudadanos reiteradamente expresan sus quejas en las puertas de los
estamentos oficiales, cabe pensar con toda seguridad que no será por el gusto,
y aunque de todo hay en las protestas cuando menos nos debe hacer pensar que estas son
debido por alguna circunstancia que les afecta, sin detenernos a reflexionar si
esta nos hubiera tocado, y mucho menos a imaginar que “eso” nos compete a
todos.
El caso es que raro es el día en que no
aparece alguna lanzando sus gritos de protesta a la crónica sordera de unas
paredes.
Ahí
están reclamando la celeridad que ponga fin a sus cuitas y desasosiegos,
pidiendo comprensión a la ciudadanía, apoyo a los medios, estudio a los
técnicos, reacción y compromiso a los políticos, amparo de justicia, y buscando
la razón en su causa para explicar lo acontecido, mal de abandono, peor de
nuevo cuño, pésimo en lo privado, nefasto en lo público, algo por realizar, o porque nunca se realiza,
más aún si es que lesiona, altera, modifica, transfigura o destruye, algo que
les afecta, les duele, ya sea por
omisión, o por intervención.
Posiblemente
sea que sus quejas, de sello y registro, no fueron atendidas en su debido
tiempo, ni tan siquiera contestada para cuando al menos saber que han sido
leídas. Pero a veces la urgencia, la incertidumbre, les lleva a tener estas
acciones a fin de que se pueda acortar
los plazos, pues conocedores de la estrategia de la demora documental, intentan
poner en el conocimiento de la responsabilidad, cosa inútil, lo que les atañe,
pensando que el asunto pueda atajarse con celeridad y brevedad, mejor antes que
después, al objeto de que no se convierta en algo irreversible. Fallido
intento.
Con el
pasar de los días, se presiente en la tensa espera que cuando menos no han sido
escuchados en sus peticiones, ni se realizan sus deseos, debe ser que la cosa
tiene sus dificultades. Pero si ellos tienen un convencimiento distinto, agotan
los pocos medios que disponen, antes de que empiece esa movilización, en
principio espontánea, a la que sigue la recogida de firmas, luego lo de las
pancartas, y todo lo que sea posible para que se entere el mayor número de ciudadanos en qué espectáculo
se han convertido por la desidia, la apatía y el desinterés en encontrar las
soluciones, y que por lo tanto, se
necesita inexplicablemente comenzar lo que han dado en llamarse “la lucha”,
para lograr que se consigan sus necesidades, se cumplan sus deseos, escuchen su
demanda y atiendan sus peticiones, pues todos los pasos debieron ser inútiles cuando no tienen más
remedio que coger el megáfono, y gritar eslóganes que para nada les apetece tener que hacer.
Esa es toda
la fuerza de lo que se llama sociedad civil, pero generalmente esta se
encuentra desactivada, y en la debilidad manifiesta todo queda en poco menos
que una pataleta de quienes por mas razones que tengan no alcanzan mínimamente
el del respaldo ciudadano masivo, tan sumamente importante, como para que se
les tengan en cuenta, y no fenezca de aburrimiento. Ahí estamos.
Pero si
en lugar de surgir esta micronesia de comanditas, formada por miríadas de
minúsculos grupúsculos de grito y papel, otra cosa sería, si frente al
granítico y amenazador color que tinta de forma sangrante, por caprichosa, la
ciudad, y se tuviera como lema el del dólar, “pluribus unum”, en lugar de esta
segmentación en la que los motivos quedan minimizados y fácilmente acallados
con el tiempo, o cuando mas, con filaterías para que en la subdivisión queden
atomizados, antes de diluirse, y desparezcan por aburrimiento.
Cierto
es que si se hiciera una cadena humana con todos, esta duplicaría a la de los
que pagan cuota de militancia en esas formaciones de política de los tres
monos, que ni quieren ver lo que ocurre, ni oyen lo que se les dice, y para
colmo, ni hablan.
Francisco Rodríguez
Sevilla a 14 de Octubre de 2007,