viernes, 27 de enero de 2023

Plataformas y mesas

 


Algo no debe funcionar bien

Cuando los ciudadanos reiteradamente expresan sus quejas en las puertas de los estamentos oficiales, cabe pensar con toda seguridad que no será por el gusto, y aunque de todo hay en las protestas cuando menos nos debe hacer pensar que estas son debido por alguna circunstancia que les afecta, sin detenernos a reflexionar si esta nos hubiera tocado, y mucho menos a imaginar que “eso” nos compete a todos.

 El caso es que raro es el día en que no aparece alguna lanzando sus gritos de protesta a la crónica sordera de unas paredes.

Ahí están reclamando la celeridad que ponga fin a sus cuitas y desasosiegos, pidiendo comprensión a la ciudadanía, apoyo a los medios, estudio a los técnicos, reacción y compromiso a los políticos, amparo de justicia, y buscando la razón en su causa para explicar lo acontecido, mal de abandono, peor de nuevo cuño, pésimo en lo privado, nefasto en lo público,  algo por realizar, o porque nunca se realiza, más aún si es que lesiona, altera, modifica, transfigura o destruye, algo que les afecta, les duele, ya sea  por omisión, o por intervención.

Posiblemente sea que sus quejas, de sello y registro, no fueron atendidas en su debido tiempo, ni tan siquiera contestada para cuando al menos saber que han sido leídas. Pero a veces la urgencia, la incertidumbre, les lleva a tener estas acciones a fin de que se pueda  acortar los plazos, pues conocedores de la estrategia de la demora documental, intentan poner en el conocimiento de la responsabilidad, cosa inútil, lo que les atañe, pensando que el asunto pueda atajarse con celeridad y brevedad, mejor antes que después, al objeto de que no se convierta en algo irreversible. Fallido intento.

Con el pasar de los días, se presiente en la tensa espera que cuando menos no han sido escuchados en sus peticiones, ni se realizan sus deseos, debe ser que la cosa tiene sus dificultades. Pero si ellos tienen un convencimiento distinto, agotan los pocos medios que disponen, antes de que empiece esa movilización, en principio espontánea, a la que sigue la recogida de firmas, luego lo de las pancartas, y todo lo que sea posible para que se entere el  mayor número de ciudadanos en qué espectáculo se han convertido por la desidia, la apatía y el desinterés en encontrar las soluciones, y  que por lo tanto, se necesita inexplicablemente comenzar lo que han dado en llamarse “la lucha”, para lograr que se consigan sus necesidades, se cumplan sus deseos, escuchen su demanda y atiendan sus peticiones, pues todos los pasos  debieron ser inútiles cuando no tienen más remedio que coger el megáfono, y gritar eslóganes  que para nada les apetece tener que hacer.

 Esa es toda  la fuerza de lo que se llama sociedad civil, pero generalmente esta se encuentra desactivada, y en la debilidad manifiesta todo queda en poco menos que una pataleta de quienes por mas razones que tengan no alcanzan mínimamente el del respaldo ciudadano masivo, tan sumamente importante, como para que se les tengan en cuenta, y no fenezca de aburrimiento. Ahí estamos.

Pero si en lugar de surgir esta micronesia de comanditas, formada por miríadas de minúsculos grupúsculos de grito y papel, otra cosa sería, si frente al granítico y amenazador color que tinta de forma sangrante, por caprichosa, la ciudad, y se tuviera como lema el del dólar, “pluribus unum”, en lugar de esta segmentación en la que los motivos quedan minimizados y fácilmente acallados con el tiempo, o cuando mas, con filaterías para que en la subdivisión queden atomizados, antes de diluirse, y desparezcan por aburrimiento.

Cierto es que si se hiciera una cadena humana con todos, esta duplicaría a la de los que pagan cuota de militancia en esas formaciones de política de los tres monos, que ni quieren ver lo que ocurre, ni oyen lo que se les dice, y para colmo, ni hablan.

Francisco Rodríguez 

Sevilla a 14 de Octubre de 2007,

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