El sortilegio
Arreciaba la lluvia tras los cristales, en esta desapacible
mañana de la que apenas iniciado el día, en mayor número de personas eran las que intentaban encontrar la puerta
en la que ponerse al refugio de la inclemencia.
No hay puerta, nunca la hubo. Por mas que fuera de mayor importancia, pero no la dispusieron desde el primer momento en que desde Berlín se hacían adivinaciones con el ratón, y en esta ciudad se continuaba con las tonterías, para que las puertas de la plaza municipal de abastos, la de
Avanzaba el reloj teniendo por clientela la soledad, y casi inesperadamente apareció delante del mostrador una señora de
edad dorada a la que su indumentaria le delataba llevar un tiempo de escasez. El
caso es que se sorprendió al verme allí, diría que ni la conozco de nada,
mas cuando me hizo saber que ella nunca había pasado por este lado del laberíntico
mercado, cosa nada extraña, y se
alegraba en demasía haber reparado en este lugar así como de contemplar las excelentes mercancías que se expone en
los rastreles.
Sin duda en otro
tiempo debió de tener por su porte, caudal importante, si no tanto como “para jasa
una vaca”, al menos para discernir la calidad a la vista, sin necesidad de utilizar las
gustativas en salivación, pues hizo elogio a los perniles de la Sierra Norte , alabó con
delicadeza a la ternera lechal, reconoció la excelencia del entrecot de Angus,
y la finura del solomillo de Selecta. Todo lo identificaba, con el mejor de sus
recuerdos. Lo cual no era nada fácil.
Solemos decir que es gente rara, cuando nos encontramos con
alguna persona especial, culta y sensible, que acaso en su soledad solo quiere
conversar, decirnos un verso, o alguna vivencia, y la verdad que nunca es el momento cuando no
se está dispuesto a escucharlas, pero esta señora derramaba sabiduría.
Aparte de alguna que otra frase, y otro acertijo o juego de
palabras que no eran mas que enseñanzas de la propia vida, advirtió a simple
vista, tres cosas importantes, tres deficiencias de este galimatico lugar y que
son fundamentales para mi negocio, una, que pasa poco publico, es decir nadie,
a pesar de lo bien dispuesto y los mejores artículos, dos, que siendo el mejor
puesto, por la vista al exterior, que algo hace que sea como invisible, pues la reflexión
de la luz muestra las paredes amarillas de los edificios exteriores dentro de
la vitrina, junto a las carnes de rubia gallega, y tres,
allí tienen que abrir una puerta.
Cinco minutos bastaron y aquella mujer, sintiéndome como
preocupado, acertó de pleno y no se le ocurrió otra cosa que dejarme un sortilegio,
un pequeño trozo de cartón en el que pude leer. “Al equivocado, ilustrarlo, pero
nunca enfadarlo”, y así, con esta máxima que me llega de lo desconocido, llevo
para tres años tratando de no enfadar a estos responsables que están tan
equivocados, que lo mismo piensan que las puertas se ponen solas. La lechera siempre fue un cuento que acababa cuando se rompen las cantaras de barro.
Al marcharse, me hizo un comentario misterioso, sotto voce,
en el quedaba de manifiesto que cuando menos era persona leída. Unas
recomendaciones sobre el optimismo y la paciencia, seguro que notó que me
faltan esos valores.
Intento darle alguna cosa, tal vez una moneda, a la que se
niega aceptar para hacerme de nuevo hincapié en que medite sobre el cartoncito
que al azar me había reglado, pues será como un sortilegio en el que llegaría a
apreciar su poder, y que todo empezará a cambiar. Espero que a mejor.
Por si no os lo he
contado es la tercera vez en este año del caballito de madera para los chinos,
que tres personas, desconocida y altruistamente, me ha vaticinado que esto empieza
a mejorar, y que sin duda la desértica calle será acaso la mejor de la plaza, y
la puerta automática se abrirá constantemente, y existirá una solución que evitará
los reflejos.
Bueno, mejor estas intenciones que esas perversiones que
deja el silencio, y quien sabe. Lo mismo hasta llega Ceres.
Sevilla a 8 de Febrero de 2014
Francisco Rodriguez
Estévez
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