sábado, 8 de febrero de 2014


El sortilegio

 

Arreciaba la lluvia tras los cristales, en esta desapacible mañana de la que apenas iniciado el día, en mayor número de personas eran las que intentaban encontrar la puerta en la que ponerse al refugio de la inclemencia.
 
No hay puerta, nunca la hubo. Por mas que fuera de mayor importancia, pero no la dispusieron desde el primer momento en que desde Berlín se hacían adivinaciones con el ratón,  y en esta ciudad  se continuaba con las tonterías, para que las puertas de la plaza municipal de abastos, la de la Encarnación, mater et magistra, tanto en el pasado como en la provisionalidad, como ahora en la patochada, en lugar de poner puertas como Dios manda, se encapricharan de hacer unas colocaciones fuera de lugar, que por aleatorias  no hacen mas que perjudicar la circulación del laberinto, supuestamente comercial, que siempre se presupone que pensaron tuviera realizada por los estudios previos a la elección de sus cpñocaciones, como  el lugar en que aquellas  se consideran optima, es decir, todo lo contrario a lo que en lo de la Encarnación se pudo llevar a cabo caprichosamente entre aplausos.

Avanzaba el reloj teniendo por clientela la soledad,  y casi inesperadamente apareció delante del mostrador una señora de edad dorada a la que su indumentaria le delataba llevar un tiempo de escasez. El caso es que se sorprendió al verme allí, diría que ni la conozco de nada, mas cuando me hizo saber que ella nunca había pasado por este lado del laberíntico mercado, cosa nada extraña,  y se alegraba en demasía haber reparado en este lugar así como de contemplar las excelentes mercancías que se expone en los rastreles.

 Sin duda en otro tiempo debió de tener por su porte, caudal importante, si no tanto como “para jasa una vaca”, al menos para discernir la calidad  a la vista,  sin necesidad de utilizar las gustativas en salivación, pues hizo elogio a los perniles de la Sierra Norte, alabó con delicadeza a la ternera lechal, reconoció la excelencia del entrecot de Angus, y la finura del solomillo de Selecta. Todo lo identificaba, con el mejor de sus recuerdos. Lo cual no era nada fácil.

Solemos decir que es gente rara, cuando nos encontramos con alguna persona especial, culta y sensible, que acaso en su soledad solo quiere conversar, decirnos un verso, o alguna vivencia,  y la verdad que nunca es el momento cuando no se está dispuesto a escucharlas, pero esta señora derramaba sabiduría.

Aparte de alguna que otra frase, y otro acertijo o juego de palabras que no eran mas que enseñanzas de la propia vida, advirtió a simple vista, tres cosas importantes, tres deficiencias de este galimatico lugar y que son fundamentales para mi negocio, una, que pasa poco publico, es decir nadie, a pesar de lo bien dispuesto y los mejores artículos, dos, que siendo el mejor puesto, por la vista al exterior, que algo hace que sea como invisible, pues la reflexión de la luz muestra las paredes amarillas de los edificios exteriores dentro de la vitrina, junto a las carnes de rubia gallega,  y tres,  allí tienen que abrir una puerta.

Cinco minutos bastaron y aquella mujer, sintiéndome como preocupado, acertó de pleno y no se le ocurrió otra cosa que dejarme un sortilegio, un pequeño trozo de cartón en el que pude leer. “Al equivocado, ilustrarlo, pero nunca enfadarlo”, y así, con esta máxima que me llega de lo desconocido, llevo para tres años tratando de no enfadar a estos responsables que están tan equivocados, que lo mismo piensan que las puertas se ponen solas. La lechera siempre fue un cuento que acababa cuando se rompen las cantaras de barro.

Al marcharse, me hizo un comentario misterioso, sotto voce, en el quedaba de manifiesto que cuando menos era persona leída. Unas recomendaciones sobre el optimismo y la paciencia, seguro que notó que me faltan esos valores.  

Intento darle alguna cosa, tal vez una moneda, a la que se niega aceptar para hacerme de nuevo hincapié en que medite sobre el cartoncito que al azar me había reglado, pues será como un sortilegio en el que llegaría a apreciar su poder, y que todo empezará a cambiar. Espero que a mejor.

 Por si no os lo he contado es la tercera vez en este año del caballito de madera para los chinos, que tres personas, desconocida y altruistamente, me ha vaticinado que esto empieza a mejorar, y que sin duda la desértica calle será acaso la mejor de la plaza, y la puerta automática se abrirá constantemente, y existirá una solución que evitará los reflejos.

Bueno, mejor estas intenciones que esas perversiones que deja el silencio, y quien sabe. Lo mismo hasta llega Ceres.

Sevilla a 8 de Febrero de 2014
 Francisco Rodriguez Estévez

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