viernes, 21 de febrero de 2014


La porfía

 Una pequeña discusión dio comienzo a esa prueba del saber, que acabó en apuesta, y que a punto estuvo de salir demasiado cara. El caso es que, para demostrar cuanto sabía de setas, no tuvo más remedio que tragárselas. Al instante, narcotizado por la phaloide  a la que dicen le pegó, no uno, si no dos bocados, hizo que la incipiente somnolencia se le volviera un envenenamiento de cuidado intensivo.
Lo que es seguro, tras la experimentación efectuada por este “experto de la micologia”,  que al menos, saldrá con la lección bien aprendida después de sufrir en sus propias carnes los efectos de tragar aquello por su cabezonería.

Hay que decir que la seta en cuestión tenía un cartel indicativo, pero no el de su precio, si no el de su peligro, y que de no haber sido por el rápido aviso que a la urgencia sanitaria se realizó, para el lavado gástrico, que se tenia que haber ampliado hasta sus luces,  posiblemente el duelo y el crematorio del avispado comensal no hubieran sido noticia. Un accidente más, de los tantos que por desconocimiento y atrevimiento se lleva por delante a aquellos que se tragan lo que tanto veneno tiene.

Lo peor es que, después del susto y el gasto sanitario empleado, ganó la apuesta. Pues ni el terrible phalo acabó con el, aunque si quedó, como se dice, un poco jodido, tal vez por la cagalera.
Solo recuerda que se reencarnaba en un monstruo de sombras, y en un túnel interminable por el que venia un tren del que huía sin parar de correr. Está visto que en el asunto de las setas no se aprende de las advertencias, siempre alguien estará dispuesto a tragar, y mas por una apuesta. La apuesta de las setas.
Sevilla a 14 de Noviembre de 2007
Francisco Rodríguez Estévez

 

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