Molina,
el de Regina
De un
tiempo a esta parte, trato de que esto de lo de la Encarnación de mis
canas, antes de mis carmes, al menos, me divierta. Pues, no es cosa de que,
perdida la idealizada plaza de abastos rodeada de naranjos y magnolio, y sin fe
para esperar el milagro, no es cosa de poner en apuros al corazon, que bastante
tiene con lo del tabaco.
A lo de
la Encarnación ,
¡ay, Alameda!, ni a Molina, el de Regina, le hubiera hecho ascos tal
concepción. Basta releer lo publicado, que no ha sido poco, para caer en la
cuenta de lo poco que le importa lo de la Encarnación a la
callada mariana.
Menos,
cuando ni los placeros, damnificados, dolientes, y dormidos, tal vez
hipnotizados, fueron aceptando sin ver, tal como un dogma, lo que en cada
momento se les ocurria en los siniestros despachos, pues lo mismo aplaudían sótanos,
que vitoreaban setas.
Acaso
el “silencio” se pueda tomar, siendo refente de la invicta, como el método de
victoria, o al menos, para que con el tiempo, la “cosa”, en lugar de pena, pueda
servir de risa.
Pero lo
malo no será que aquello, cuando se acabe, no sea champiñón, ni parasol, ni
sostenible, ni ecológico, ni emblematico, ni seta, ni ficus, ni catedral, ni
mercado, ni estación de metro, ni vanguardia, ni terminal de autobuses, ni nudo
de comunicaciones, ni sinergia del comercio, menos, puerta, puerto, plaza,
mercado, estación y aeropuerto, ni nueva encarnadura, dura, dura, ni punto
esencial de movilidad, ni parada de metro-centro, ni otras tantas cosas de las
que se dicen, tan alegremente, y es que, lo peor, estará por llegar.
Pero no
será por que las escalinatas, con partida de mantenimiento, se conviertan en
gradotas para la movida porretera, que siempre se le pueden poner rejas, ni por
que la azotea se trasmute en
botellodromo, ni por los vómitos y orines que se recogerán en los amaneceres de
fin de semana, cosa que se solucionaría con unos urinarios públicos, ni por que
a la cúpula espacial le desapareciera el “planetarium” con bombillas de bajo
consumo, a falta de celulas fotovoltaicas, o que los parterres de trepadoras para
el bioclima se suprimieran.
Lo peor
llegará, de eso no existe duda, acaso sea para que durante muchos años, roto el
silencio, aparezca la queja y el lamento, aunque no solo sea por lo que se ha
hecho con lo de la
Encarnación , ¡ay, Alameda!, si no por que a la calle de nueva
creación, la que dicen comercial, para recuperar la memoria histórica de su
pasado conventual, y, desde el siniestro
despacho, se empeñen en rotularla con el nombre de “Molina, el provincial de
Regina”- Y es que a la mariana,¡le hacen cada cosa!.
Sevilla
a 24 de Abril de 2009-
Francisco
Rodríguez Estévez
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