El paseo de la diosa
Me dice que tiene ochenta y nueve, acaso parece que no se
puede acertar cuantos por como aparenta ser intemporal, le suponía menos.
En estos es fácil que la memoria juegue malas pasadas, dice
que cuando la Encarnación
fue derribada el tenia cincuenta y un trimak. No le recuerdo y eso que hace
referencias a cosa que me llegaron cercanas, cosas de mi calle, de mi infancia,
de mi juventud. Pequeños detalles de personas y tiendas que ahora no existen. A
pesar de todo, pongo en cuarentena todo lo que me cuenta por más que pueda ser
cierto, pero no lo recuerdo tal como lo dice.
Cuando salí por la puerta de Neptuno tenia veintisiete,
cuando regrese por la puerta falsa de una decorada fachada de tablones contaba
ya sesenta y cuatro.
El tiempo y la memoria. No acierto a recordar, pero es
posible que si hubiera una parada de triciclos en el “paseíllo”, tal como
afirma este nonagenario que tuvo trabajo en un lugar que alcanzo a recordar, un
pasillo entre la tienda verde de la
Venera , donde una joven Rafaela, hoy bisabuela, cogía puntos
de medias, y la librería de viejo. No acierto a ver en mi memoria ese lugar en
el que dice que estuvo trabajando como mozo de carros de bateas, cuando los
triciclos se recogían en la posada.
Dice llamarse Antonio, y me ha visto en los periódicos. Me
cuenta cosas de los años, que puedo recordar con facilidad, pero no le veo en
ninguna de las historias, pues en la fachada Norte, los carrillos de manos eran
amarrados en la acera de Sosa, aunque no recuerdo donde se guardaban los triciclos,
acaso en el Parador de la Encarnación ,
donde estuvo la provisionalidad. Urbano era cojo, de una pierna, y soportaba su
cuerpo de gran altura con una larguísima muleta de madera. Creo recordar que
con el trabajaba Corrales, patriarca de una gran familia del ocho. En la Encarnita , en la fachada
donde el retablo de azulejos de Cristo muerto, recuerda a la hermandad de los
estudiantes en la
Anunciación , tenia Vera su parada de carrillos, y este los
guardaba en un almacén cercano al Bentacour, el almacenista de plátanos, junto
a fabrica de “nieve”. Esa nieve que golpeaban cada día los mozos de las pescaderías
para conservar la plata brillante, como varales de palio.
En la calle sor Ángela, de otra fabrica de hielo, se traían
los trozos de las barras traslucidas, a hombros, sobre mojadas arpilleras de
saco, para triturarlas en cajas de maderas, que saliendo por la puerta de
Neptuno, la que me vio partir, llegaban hasta la posada donde este buen hombre
me cuenta que guardaba los triciclos, que era donde estaban las cámaras. Todo
en cuarentena, pues con esa memoria que no alcanzo, viene para facilitarme un
dato incompleto, pues parece que cuando pudo, se compró un isocarro de segunda
mano, y ahí si que no le recuerdo, pues la parada estaba justo frente de mi
casa, y le recordaría, me dice que se marchó a la plaza de la Pescadería , y fue allí
donde le contrataron.
Así pues la historia del isocarro toma cuerpo, pero el paseo
fue realizado en un “trimak” también de segunda mano, pues por lo visto el negocio
del transporte estaba ya en crisis en el setenta y tres, cuando el tenia
cincuenta años, y no recuerda con su memoria demostrada, a donde fue. Nada
continuamos con el misterio, pero mira que no acordarse a donde llevo a la
diosa en su precipitada salida de una plaza de abastos de la Encarnación que se
desmoronaba a base de pico y pilón, Estuve a punto de creerlo todo, pero a su
edad fueron tantas veces las que en su memoria de los años dio servicio a la
diosa, que no recuerda de ninguna de las
maneras donde se bajó de su trimak.
Ni que decir tiene que vino para apoyarme en lo de la
puerta, y lo de Ceres salio hablando del parador, donde se guardaba el pescado
que salía por la puerta de Neptuno, justo donde falta esta puerta que
olvidaron, pero no solo por no conocer la historia de esta plaza, si no
que ni llegaron a hacer un recorrido de comprobación.
Sevilla a 5 de Agosto de 2012-
Francisco Rodriguez Estevez
No hay comentarios:
Publicar un comentario