martes, 4 de febrero de 2014

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De la Encarnación
Un recuerdo a Jose Acosta
 
Trabajó durante toda su vida laboral con la familia Aguilar.
Antonio Aguilar era recovero, pero a la par también era feriante, pues trajo  a esta ciudad los primeros asadores de pollo, en principio instaló uno en la calle Azofaifo, y posteriormente en una taberna de San Lorenzo frecuentada por jugadores de futbol del Sevilla, para luego con el tiempo llevarlos por todas la ferias de provincias. Sevilla, Cádiz y Huelva.
Aguilar, el recovero, era un peso pesado, y no solo por su volumen, que formaba parte de una familia de arraigo en la plaza de la Encarnación, al igual que mi familia, y otras muchas, los cuatro hermanos formaron parte de ella, incluso su tío, Manuel,  en cuya carnicería  era donde trabajaba José Acosta al que podemos recordar en esta foto, una estampa añeja de cuando en su juventud despachaba sin quitarse la gorra, cosa muy frecuente en los carniceros, pues recuerdo que muchos cubrían sus cabezas con esta prenda que aliviaba los rigores de días tan fríos como este en el que incluso llego a nevar hace sesenta años.

Siempre la plaza de abastos tenía ese condicionante de familiaridad por cuanto los hermanos quedaban atrapados en los oficios de los padres, como continuadores del negocio, en cambio los trabajadores evitaban a toda costa, que su estirpe continuara su iniciado camino y se esforzaban por que así fuera.
No me viene al recuerdo ningún hijo de trabajador que siguiera, por mas que estuvieran malo los trabajos, pues parecía que no lo hacia recomendable y se esforzaban en demasía para sacarlos de este ambiente, muy al contrario de los comerciantes.

Aguilar, fue también promotor de lucha libre, y al principio de los sesentas, cuando los carnavales de Cádiz languidecían, patrocinaba algunas agrupaciones de chirigotas, pues era hombre que movía el dinero sin darle mucha importancia y el resultado era que desparramándolo en sus caprichos siempre andaba corto.
 Fue el pionero en traer la carne de caza, venado y jabalí a este mercado de la Encarnación. En su establecimiento se sacrificaban aves y conejos delante del público. De el nos llega el recuerdo de los corralitos de soga para vender los pavos vivos  en Navidad.
Fue un innovador de la venta moderna, fraccionando las partes de las aves y expidiéndola por separado, con lo que creó las bases, hoy perfeccionadas, por las nuevas generaciones.

El tiempo que todo lo cambia también cambió a las personas, y  como no, los usos y costumbre, el recuerdo de José Acosta, con su gorra, tras el mostrador nos da una idea de la altura de que nos muestra este de una medida cómoda y amable, nada que ver con respecto a las destartaladas vitrinas que dispusieron para este disparate de plaza de abastos municipal de la Encarnación.
 En el mármol las carnes se muestran sin la alteración de luces que distorsionan el color natural de las distintas piezas de masas musculares. Era un tiempo sin cámaras frigoríficas, y en las existentes la conservación de las carnes era  excelente por cuanto superaban, a las que en este, de tanta modernidad, el aire forzado no hace mas que deteriorar la que se guarda, haciéndonos ver que en algunas cosa retrocedemos.

Si así fuera me detendría en este día de hace sesenta años para ver como delante del puesto de mi padre los trabajadores de la recova hicieron un gran muñeco de nieve, con ojos de tomate y nariz de zanahoria y boca con una rama de apio donde le pusieron uno de las colillas de puro "Faria" que se fumaba Antonio mientras despachaba las overas y menudillos a puñados.  Se hicieron varios, uno delante de la puerta de Neptuno, justo donde aun la busca la gente para poder entrar en el laberinto, otro junto al kiosco de Pablo, en la parada de carrillos de Urbano, hombre mutilado de guerra al que la muleta sobaquera le ayudaba a valerse.

Recordaría  junto a José Acosta, tantos otros del que no disponemos sus imágenes, así a Pepe Mosto, Antonio el Volador, Antonio Carmona, Juan Pérez, Antoñito el paragüero, al Finí, a Lebrija, al Tito, a Manolín, A Rafael y al macareno, a Luis e Hilario, a Manolito de Pañoleta, los Estradas, los Terceños, los Molinas, los Jiménez, los Morales, los Díaz, los Francos, a Mantente, a Pipanda, a Santiago, a Encarnita, al Papa, y a Vicente el de las papas, a Jesús el de la sal, a Cirilo, a Juanito Manzano, a Niño Grande, a Otilia, al Niño de la Isla, a Perola, al Corbata, , al Viruta, a los hermanos Bueno, a los Chaves, a los Torres y su empleado Diego, "el venao", incansable, y por que no también a Anastasio, y sus hijos, Maruja, Juan  el bizco, y Pedrin, a Pepe Valencia,  a Posada, a Serafín, a “Dolores Camino”,  a Paterno, a los Mejias, y su morado habito del Gran Poder, a Solís, a Tabales, a Rueda el municipal, al alemán, al zorrito, y a Genaro con su hermano, y al zorro, al "rana", al Piki,, a Ángel Gómez, a Gamero, al colilla, a Blas, el carnicero y Blas el verdulero, a su cuñado León, a  Matías en la cuartelada del pescado, al otro "venao" en la pescadería de Julia, a la ·mogra y  a caputo,  a Corrales, a Perdigon, a Robledo, al Rubio, al Camello, al Canelo, a Pepe cabra, al mallorquín,  a Aquilino, a los Reinas, a Demetrio, a Farfán,  a los Salmerones que se llamaban Lopez,, a niño grande, a chiqué, a Fuentes, al Pepín, y así hasta los mas de cuatrocientas personas que trabajaban en esta plaza de la Encarnación perdida para siempre, pero que la foto de José Acosta, vendedor de carnes de toros de lidia desde el ayer me ha brindado, en este emotivo festival, esta suerte de cambiar el tercio aun si quitarse la gorra. Que gran día de nieves. Como me hubiera gustado detener el tiempo. Nos dejaron salir mas temprano del colegio a la vista de que faltaron muchos niños. Solo tenia siete años, y como si no hubiera pasado,  tal como una foto, detenido en la memoria parece que fue ayer.

Sevilla a 4 de Febrero de 2014
(Sesenta años sin nieve)

Francisco Rodríguez Estévez

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