El sábado
Pocos
alcanzaran a recordar, cosa que por mi edad logro, cuando la plaza de abastos
de la Encarnación abría todos los domingos y fiestas de guardar, pues solo
cerraba las cancelas de las cinco puertas que aun le quedaban en la mañana del
Viernes Santo, que abria a cuantos integrantes de la cofradía macarena, ya que tenían
este punto de referencia para reponer fuerzas.
Con
seguridad tuvo que ser la lucha sindical, o la disposición eclesiástica, la que
determinó el cierre de los domingos, junto a los festivos, para el descanso.
Años más tardes se conseguirían las vacaciones, con la llegada del seiscientos.
Sorprende
pues, ver estos sábados estivales como vienen trabajando afanosamente en un inútil
puente intersetas, los obreros de la siderometalúrgica, sindicalistas del metal
tan castigados en el verticalismo en la plaza de San Pedro, antes que sus ficus
inspirara nada, por su concienzuda lucha de horarios europeos. Allí están en
esa Encarnación hostil, pero bien pagada, como para echar por tierra lo que
tanto esfuerzo, persecuciones y castigos, costó ese logro para los
trabajadores. Está visto que el dinero hace cambiar de ideas. Abrir los grandes
comercios no llevara al pasado. Tiempo de chinos.
Con la
Encarnación, incluida su plaza de abastos, mas perdida que el mural cerámico de
Roberto Matta, la lucha idealista me hace desistir y conformarme con esas
plataformas siderales de las que no me caben dudas algún día engullirán aquella
plaza de abastos que acogía, aun cerrada, a penitentes de luz, de cruz, y de
plumas, costaleros y dalmaticas, incensarios y doradas varas, con unos
reparadores momentos.
Ahora
centro mi atención en la Trinidad, misterio y esperanza, como la Encarnación,
por conservar en la utilidad de otros usos esa fábrica de vidrios centenaria,
donde el aire de los pulmones de los obreros y el calor de los hornos de fundición,
aun apagados, están reclamando una memoria que de desaparecer, como la
Encarnación, caerá como esta en el olvido del tiempo. La plataforma sideral de
la Encarnación será el recuerdo permanente de una pasiva actitud de la mayor
indignacion.

En la Trinidad la plataforma será para salvarla, no ya de la
pasividad, ni de las actitudes, si no de la piqueta capaz de cambiar
ideologías, pero no a los idealistas soñadores, por más que digan que lo que se
construyen son sueños, si a la chimenea la rodean con pisos, como Cruz del
campo, humillante humilladero, y no
precisamente sociales.

Francisco
Rodríguez Estévez
Sevilla
a 25 de Julio de 2007
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