A falta de comerciantes con criterios liberados, deberían de
ser los antropólogos, los arquitectos, los historiadores aquellos notables que, una vez desmontada la plataforma en defensa de la
plaza de abastos, salieran a la palestra de lo de la Encarnación, pues pocos
cartuchos quedan para evitar lo que aun es evitable.
Visto que la epatante cubierta y la azotea botellodromo,
están en un nuevo parón a expensas de que aparezca el
milagro que las evite, o cuando menos esperar a una vez estén realizadas en su micologico conjunto, comprobar en vivo y en directo como el horror, antes vacuo, hizo pleno colmatando los espacios de amebas parterres, fuentes bultos y bancos de piedra. Será pues entonces posible que caigamos en la cuenta de que se necesitará algo mas que suerte para que se
acometa la carísima rectificación de valor doble, derribar y construir, aunque
fuera tan solo por demostrar un minimo de sensibilidad y un poco de sensatez.
Salvada la Hispalis, en la medida que permitieron las colosales zapatas y los innecesarios pilotes, amen de la placa armada para el gran aparcamiento abortado, será lo que haya lo que se recompondrá de la mejor manera posible,
pues siempre será mejor un poco de historia desubicada, que los atascos de un
frustrado aparcamiento, por mas que alguno hiciera falta, mas cuando lo de la estación
del metro pasó a la historia, y lo del metro centro es otra, historia, por entregas.

Francisco Rodríguez Estévez
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