Existen. Tiene esta ciudad de abiertos armarios, a la que el
sueño tiene dormida, un baúl de los recuerdos, donde la mediocridad de escaso
brillo a metido tal numero de notables que asombra el hecho de que, cada cierto
tiempo, alguno se atreva a dar opinión, desempolvando su vetustos meritos.
Tal es el caso del viejo profesor que vuelve a hacerlo por
coherencia , sin tapujos, a cuestionar lo de las setas, como bien dice
multitudinariamente rechazada, que pretenden construir en la Encarnación.
Aunque fuera por su fealdad, en este caso imposible de tapar
con una buena arboleda, no dejaría de ser una cuestión de gustos, y por su
inutilidad, en este caso un carísimo icono, estaría desfasado, al perder la
originalidad, incluso en la mal llamada modernidad.
Lo cierto es que a todas luces, con la excepción del bien
pagado jurado internacional de prestigio y el pacto de progreso, Alameda y
Encarnación, todo el silencio del mundo reconoce que el lugar para colocar
semejante cosa, no es precisamente el más adecuado.
Al menos él es capaz de decirlo, y se suma a los que
venimos, desde el fallo, advirtiéndolo.
A todo añádase que “eso”, que se parece sospechosamente a
una gasolinera, apenas cumple los objetivos marcados por las bases, pues no
acaba de solucionar el problema del mercado,
ya que reduce el numero de puestos para los vendedores que lo esperan
arrinconados, lo que creará un conflicto después de treinta y cuatro años, a
menos que se desprenda una imprevisible y generosa compensación.
Sin embargo impunemente se modifican las alineaciones
medievales, se talan las acacias, se olvida la energía solar obligatoria en los
edificios públicos y se destroza un Patrimonio con una cimentación agresiva, y
todo ello para que las gigantescas setas, estructura de metal, recaliente con
su mala sombra al mayor de los desatinos, de momento después del Olímpico, que
aun estamos pagando.
Francisco Rodríguez Estévez
Sevilla a 11 de Junio de 2006
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