Vecinos. Esos extraños
Apenas conozco a tres personas de mi bloque de pisos, acaso
con una he mantenido conversación, mas allá de las palabras de cortesía. De
hace poco tengo unos vecinos nuevos al que frecuento el saludo, antes del confinamiento,
por tener horarios coincidentes, ahora ni les veo.
Mis vecino de planta, llevaran 30 años viviendo, son con los
que más hablo, e incluso tiene llave de mi casa pues son personas que generan confianza
y a nada que le pidas suelen ser solícitos. Ni que decir que nunca le agradeceré
bastante al almuerzo que tenía preparado para toda mi familia aquel día en el
que me vi solo.
Nadie pensó en que había que comer, y debió de ser la costumbre
de su pueblo preparar para los vecinos el reconfortante puchero tras el duelo. Así
y todo no son muy conversadores, eso sí se esmeran y preocupan en la
convivencia, interesándose en cada circunstancia que la situación lo requiera.
Ni son cercanos, ni me son ajenos. Cada año por Navidad
montan un Belem, que le lleva al menos tres meses la instalación, es
espectacular. Un verdadera virguería, colmatado de detalles, figuras magnificas
que cambia cada año, pues tiene varios misterios de la Natividad.
El Cielo de algodón
con cientos de bobillas cambia el celaje, de día y de noche. Igual montaba un Calvario,
algo más pequeño, que este año sin semana santa, no lo ha instalado. Al menos
ni he escuchado música sacra, en tono
agradable cuando se sube las escaleras, ni he percibido el olor a incienso que enriquece
el esfuerzo.
Hoy he salido a compra, a punto de ser las ocho, y por fin
he sabido de donde sale tanta música, tambores y cornetas en semana Santa, Amarguras
a tuti plen y ahora resistiré y música de disco después del aplauso.
Es del
bloque de enfrente como cabía esperar, ahora está montando una guirnalda de
farolillos y luces, solo lo puedo ver desde la calle, la frondosa copa del
naranjo hace que mi confinamiento sea verde, solo hojas verdes, cuando hemos tenido
azahar en este tiempo.
Pues aparte de las tórtolas turcas que ya no se que
colocar para espantarlas, mañana seguro que tenemos a las doce sesión de alumbrado,
y no hay quien quite la sesión de sevillanas.
Mis vecinos de trabajo, comparten poco más que el horario, y
nada es afín después de tantos años, ningún punto de afecto he llegado a
advertir, cierto es que tanto me entregue, tanto me ofrecí, en lo profesional,
como en lo social, que nunca tuve la reciprocidad, y a estas alturas son meros extraños
conocidos.
El confinamiento con tantas horas en silencio, invita a
salir cada mañana para dar el servicio que se establece como trabajo necesario
en la plaza municipal de abastos, ver el cambio de luz es un espectáculo en los
cielos más limpios, todo cambia al llegar y comprobar que nada cambia en este gatopardismo
micológico, cuando tantas innovaciones se ofrecen en la nanotecnología.
La
noticia de una puerta que desinfectas a personas, ropas, móvil y monedero y
carteras e incluso los zapatos, con peróxido
pulverizado en un túnel.
Lo de la Encarnacion tiene dos responsabilidades
y ni tan siquiera cumple todo lo que leyes reglamentos y normas disponen, como
se puede pensar en un túnel de descontaminación, aunque solo fuera para que los
clientes no tengan que tocar el pasamano de las puertas manuales.
Mi vecino me acaba de decir que lo de la Encarnacion, refiriéndose
a la plaza de abastos, está perdiendo atractivo, acaso por la pandemia, una
forma muy sutil de decirme que compra en
el super.
Sevilla a 24 de Abril de 2020
Francisco Rodriguez Estevez
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