domingo, 9 de marzo de 2014


Historia real

 

La diagnosticaron mal, pues el medico solo sabia de Medicina. De siempre se dijo, sin mas argumento, que no estaba bien, que era muy vieja, y le realizaron una intervención municipal tan invasiva que acabaron con ella despiadadamente.

La Encarnación llenó su historia, principio y fin, con el colega de Hipócrates de Cos, solo que el que toco en suerte actuaba de inspector, y vino a comprobar que la política, cuando menos, da mas satisfacciones que el alivio del dolor, siempre en términos económicos. La prescripción fue demoledora.

El tío de las yerbas no era curandero, pero curaba.¡Vamos que si curaba! En la calle ancha de Regina, Basilio se ganaba la vida vendiendo sanadores remedios vegetales. En su manta extendida podía encontrarse todo lo que necesitaban los buscadores de remedios para la salud quebrantada.

Combatía las dolencias articulares con ungüentos, la pomada del tigre, la de la calle Relator, todo un mundo guardado en redondas cajitas de madera.

Farmacopea del monte. Mortero de mármol. Proclama de la maceración, del cocimiento y de la infusión, junto con las bondades del té del moro. Aula abierta de Patología, en la Encarnación.

Basilio vivió en la calle, pero su vivienda la tenia en aquella que una calavera recuerda a la desgraciada Susona. Sevilla oculta de la judería. No era medico pero la eficacia de su saber, alivió mucho dolor cuando la penicilina se conseguía de matute, el rotex de contrabando, y el caucho preventivo era tabú.

Doctos cursos de higiene a viva voz. La suya rotunda y sonora, alta y clara, retumbaba en el eco de la calle con los alegatos al lagarto mucho antes de que llegaran las escamas de saquito, el tu-tu y las perlas del esse y omo. Ese era el hombre. Secador de llagas y ulceras, eliminaba forúnculos y las beatas de aljofifar y erradicaba para siempre los molestos golondrinos.

Regulaba la tensión y las reglas, reducía las almorranas y abría bocas de granos ante la admiración de  los presentes. Discretamente, mano de santo en las venéreas, purgaciones de la Alameda.

Una mirada de Basilio, scanner y analítica en sus ojos, bastaba para emitir el certero diagnostico que el consultante, ante los mirones en corro, asentía con la cabeza gacha. Toda la letanía de los síntomas del padecimiento detectado y para todos tenia la solución, como la canción.

Lo difícil es hacerlo no decirlo. Ante tantos problemas, los médicos, a veces no encuentran el remedio, no por que no lo tenga, sencillamente por que no ven al enfermo y recetan de oído. El colectivo exige disponer del suficiente tiempo para atender debidamente a cada paciente.
Lo políticos no llegan a ver cual es el problema, ellos los  crean

Fue una pena que Basilio no estudiara Medicina, hubiera sido un buen medico. Cuando se marcho por los campos de heliotropos, adonde se mudó la Susona, la Encarnación podría haber sido salvada, con otro pronostico mas acertado apenas con una mirada, viendo lo que estaba viendo, pero el se dedicó siempre a lo que sabía hacer, curar enfermos.

Sevilla a 20 de octubre de 2004

Francisco Rodríguez Estévez

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