miércoles, 18 de agosto de 2010

El vendedor ( de telas)

La impaciencia

Bajo las recalentadas chapas de la desértica provisionalidad se deja sentir un pelin la impaciencia en los clientes que, cortos de recursos, no abandonaron la calidez de la ciudad. A decir verdad aquellos no son muchos pero tanta demora les hace mostrar un malestar de quienes gustarían de inmediato advertir las diferencias que, según las informaciones emitidas, parecen existir entre lo malo conocido, y lo bueno por conocer.
Las opiniones que llegan de “aquello” son dispares y antagónicas, en cuanto para unos está pobre de luz, y para otros lo contrario, sea como fuere, a falta de luz natural, (como es la recomendada por el propio Ministerio de Comercio en los mercados municipales de abastos) en “esto” que nos ocupa, toda la iluminación procederá del consumo eléctrico.
Igual sucederá con la temperatura que se registra en su interior, una vez que la ventilación natural de hizo imposible, esta tiene que ser regulada por medio de torretas de climatización, que posiblemente sean colocadas en todo lo alto de los champiñones, junto con las células fotovoltaicas, de tal modo, que sea fácil la limpieza de los filtros de agua, lugar recóndito donde se reproduce la “legionella”.
Viene al caso que, debido al alto consumo de energía que puede suponer poner aquello fresquito, lo mismo vendrían bien unas plantas, unos bancos de ola, y unas fuente de agua de mineralización débil, y el próximo año, si continua lo de la crisis lo mismo lo de la Encarnación se convierte en un punto de atracción estival, incluido en el recorrido para la foto emblemática, o cuando menos una antesala de negocios, para atender previamente a los cuatro mil visitantes que se le calcularon al “antiquarium”.
La impaciencia inaugural que dejan sentir, tiene algo de metamorfosis pues, aparte de la pura coincidencia de las tres entradas al habitáculo donde esta se produce, en la singular obra de estilo absurdo, son los deseos de que todo se acabe, tan propio de los Samsa, los que están maquinando un final para el acorazado pelotero de tanto rodar el “mojón”, que ni al propio Kafka se le hubiera ocurrido, matarle de felicidad.
Es lo que tienen los sueños, que al despertar acaba advirtiendo que lo que construyeron fueron enormes y costosas setas, bajo las cuales, a los placeros, como todos sabéis, sin el antiquarium, sin los locales de primeras firmas, sin la plaza elevada para eventos en programación, sin ascensores que eleven a los ciudadanos y ciudadanas hasta la panorámica privilegiada que nunca pudieron admirar, sin restaurante de quinientos comensales, y sin fotovoltaicas para la sostenibilidad, pues lo mismo resisten en su propia satisfacción, y cuando menos, de acabar, hacerlo plenos de alegría, pues después de todo lo pasado para la transfiguración, no es deseable, por mucha "tela " que vendiera, tener el final del personaje de la novela.
Sevilla a 18 de Agosto de 2010
Franz isco Rodriguez

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