jueves, 19 de diciembre de 2013


Al tercer año
 

De aquel que amaneció azul, tras la tormenta del día anterior de una esperanza desangelada y gris, el recuerdo me lleva, cuando se empieza a escapar aire por la rendija,  que comenzó con una vigilia de nervios ante lo insólito que nos quedaba por descubrir, y que por los años de espera, la impresión no era, evidentemente, algo que en un principio fuera igual para todos.
El amanecer soleado nos empezaba a calentar el día asignado para una inauguración comercial, donde el capricho, aparte de llamar plaza de la mayor indignación a la azotea, la nueva ocurrencia, en el icono rosa, le llevó a elegir que fuera en domingo la inauguración de aquello, cuando las previstas ventas navideñas se quedarían rotas por el traslado. Manías del poder.

La policía municipal tenia tomado los alrededores desde muy temprano, como medida de seguridad ante el temor que la presencia del doctor Sánchez, mas que posiblemente, pudiera atraer a los colectivos ciudadanos que, muy enfadados, habían visto como el gasto de las innecesarias “setas” afectaron a partidas de sus reivindicaciones. Para acceder a sus puestos los placeros necesitaron identificarse.

La única entrada estaba en la falsa fachada de Poniente. Un decorado de madera, ocultaban los tubulares de hierro de una estructura que tardarían en retirarse, y las grúas tenían todavía trabajo para varios meses, mientras aun volaban los últimos trozos de los tablones del pino finlandés, a falta de cobro, por encima de las cabezas de los transeúntes.
Los actos previstos debieron de comenzar en su horario, pero por la desértica calle donde me encontraba como apenas pasaba nadie, fueron desapercibidos.
Cuando todo hacia indicar que aquello se había iniciado, las calles interiores se comenzaron a llenar por el bullicio que se dejaba oír reclamando la pitanza que desde algunos sitios se ofrecía.
Un gran murmullo de voces mezclado con los tambores de la batucada retumbando, y el griterío de los manifestantes (estos puesto a raya por la policía) intuía la oficialidad politizada del acto pre-electoral.
Mientras, el edil, al que no tuve la posibilidad de ver en su breve recorrido de fotos dando manos a los palmeros por la calle central,  y una vez descubierta la placa conmemorativa, salía de najas, según me dijeron, por la salida de los aparcamientos, que se encontraba protegida por la policía.

Apenas pude atender algunas visitas que acertaron a pasar por una desértica calle, tal como de un fondo de saco, fuera del recorrido de la calle central que se preveía optimizaría el propio publico, cierto fue que otros comerciantes habían preparado degustaciones con larguezas, y por mas que no llegué a verlo, la propia organización  al parecer había preparado un rumboso detalle de ibéricos.

Creo que puedo afirmar que la primera venta que se hizo en este nuevo mercado de la Encarnación tuvo que ser la que hicimos en el puesto de mi hermano, cuando la señora insistió que le despacháramos algo que no teníamos previsto, 3.50 euros.

El publico, en gran parte estaba formado por los numerosos manifestantes, colmataron el lugar, pero ni por esa, se pudo apreciar el gentío en la desértica calle, que  empezaba a intuirse que allí faltaba una puerta, por mas que aun no se habían abierto las  cuatro dobles y aleatorias que estaban en la fachada de la calle interior cubierta, por el momento clausurada en el día inaugural.

El cansancio de una larga jornada de atenciones y preocupaciones, de vigilia y de insomnio, nos llevó a todos los familiares, juntos en este especial día de recordar tantas ausencias, hasta un bar cercano para tomar un café, y descansar para emprender esta nueva singladura que en mi suerte nuca puede imaginar que fuera tan perverso, cuando con solo una puerta podría convertirse en un lugar ideal desde el punto puramente comercial.

Así llevamos tres años, tres años, y aun parece tiempo insuficiente, para que la administración, y la concesionaria caigan en la cuenta de que no se puede maltratar al publico con la irresponsabilidad de no facilitarles, a cuantos entran en el laberíntico diseño, una salida lógica, y a cuantas personas tienen el deseo de entrar, que lo puedan hacer por una puerta colocada en el lugar que esperan encontrar.

 Tres años. Tres largos años, y ni por mejorar el decadente aspecto comercial de un lugar que por sus distribución crea desigualdades en los propios placeros y su negocios, ni mucho menos por cumplir con la Ley de Accesibilidad. Tres largos años intentado que las responsabilidades realicen, lo antes posible algo tan sencillo cono es instalar, de entrada, una puerta, como inicio  para continuar con una larga serie de actuaciones que puedan evitar la decadencia que, a tres años, ya se advierte en este lugar de tan desacertado diseño y distribución para darle el uso de plaza municipal, donde las puertas no fueron lo único aleatorio.

Tres años, uno con el doctor, y dos con el juez, el asunto se escapa de la Medicina, y de la Justicia, pues evidentemente es cosa de placeros. Tres años, pasada la Esperanza.

Sevilla a 19 de Diciembre de 2013

Francisco Rodríguez Estévez

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