sábado, 4 de enero de 2014


Ser feliz

 

Puede parecer que mis actitudes tengan algo de hostilidad permanente, cuando en realidad mas pueda ser lo contrario, por cuanto no tengo más remedio que ironizar demasiadas cosas que, en mi entendimiento, me parecen que por serias no puede ser tomada a broma, ya sabéis que con las cosas de comer no se juega.

En este víspera de Reyes mi almuerzo mas pareció broma por lo serio que se puso la cosa, al final tuve, además de no comer casi nada soportar la censura de mi hermano, algunos años menor, por aquello de que el dice que disfruta con todo en esta corta vida a la que se tiene que llenar de felicidad, y cree que, no soy feliz por aquello de que según el siempre estoy buscando objeciones.

Tenia todas las opciones del mundo para determinar que, como, y donde podía almorzar, incluso el cuando, pues como cabe imaginarse terminé haciendo un comistrajo en casa, tres horas después de pasar por dos “restaurantes”, y pagar en ambos lo que se quedó en los platos. Seguro que Chef Ramsey, hubiera sido más contundente.

Mi almuerzo acaba de terminar a las cinco de la tarde. Fue mi decisión acompañarle a la vista de que tenia la previsión de almorzar en algún restaurante, ante la imposibilidad de hacerlo en su casa.

Mis planes eran distintos, pues en la mía, y en las bolsas que portaba tenía suficientes provisiones para hacer distintas comidas durante varios días, aparte de que había comprado pescado fresco para utilizarle hoy como segundo.

La frugal comida se ha visto recompensada con el dulzor de media tableta de turrón suprema con limón, una delicia que ha restado amargor al incidente que se hace habitual en el choque de caracteres. Los coloraos son los nuestros.

Decidir donde almorzar conlleva ir conociendo los sitios que, en demasiadas veces, el ver una aglomeración de público nos puede llevar a engaño. En el primero que estaba atestado, pedimos mesa para dos. Ríanse del la mesa y del espacio que mas parecía propio de jardín de la infancia. Nos recibe en la entrada una gran cacerola cuartelera que guisa unas papas, que llena de olor a cocina la estancia llamada comedor, posiblemente en el día de hoy, demasiado pequeña para el número de clientes que daban cuenta del  menú degustación, servido en plato de cartón y cubierto de plástico.

Para que seguir, dos cervezas y una tapa, son ocho euros, mas uno que se me cae al suelo gris oscuro y  que no acabo de encontrar, total nueve euros. Me resisto a pagar esa cantidad,  y formulo una justa reclamación soportando la mirada de enfado de mi hermano que observa en mi conducta un protagonismo innecesario. No se como me vio la mía el encargado que solo cobro dos con cuarenta por dos sorbos de las cervezas que dejamos en el mostrador.

En el segundo, que tiene todas las mesas ocupadas, la suerte hace que se levanten dos personas y pasamos a ocupar la mesa situada en un lugar oscuro, pues es la oscuridad algo predominante en el restaurante que tiene fama de excelente comida.

Apenas tiene la carta dos platos que me gustaran, teniendo en cuenta mi intolerancia a la lactosa, y lo poquito que me gusta el sabor del pescado (bacalao y atún) y con las dudas de saber que la especialidad es el novillo, (vaya usted a saber) y la hamburguesa de buey (gensanta).

Intento no levantarme, mas sabiendo que llevo el pescado, los filetes de ternera, y la ensalada en la bolsa que he depositado en el suelo. Guillermo, mi hermano pide la comanda, de entrantes croquetas caseras, y berenjenas con salmorejo. Dos copas de rioja, con la parafernalia de mostrar la botella antes de servir.

Llega las berenjenas, no están crujientes pero están buenas, comemos con las manos, pues tiene su dificultad tomarlas con el tenedor. A la tercera, muerdo algo extraño y duro en la boca, ¿que puede ser?, pues un papel del tamaño de media cuartilla perfectamente doblado y cubierto de salmorejo. La camarera me informa que es el que se utiliza para hacer el crujiente, pero que fue a para a mi boca. Llegan las croquetas, ni os podéis imaginar el sabor del primer bocadito que me lleno la boca de un sabor a grasa de vacuno, que tuve que enmascarar con el vino y en  el segundo bocado con el alioli, y por supuesto dejar el plato al completo con la sana intención de apurar  el vino, y no pedir nada mas, solo que tenia que esperar el siguiente plato que, por mi culpa, no disfrutaba mi hermano de aquel trozo de presa con piñones y plátano frito, una patata en gajo y tres trozos de hoja de escarola sobre el trozo de una lasca rustica pizarra ennegrecida.

No me levanto, permanezco frente a el,  que está comiendo precipitadamente, pero con todo el deseo de marcharme de un lugar que ni me han pedido disculpas por el papel, ni me han preguntado por que dejo las croquetas.

Guillermo dice que no soy feliz, que me tenía que haber callado y discretamente haber retirado el papel y seguir comiendo, y que las croquetas sabían a caldo del puchero, según su paladar, pero sin duda puchero rancio, pero que incluso solo tomó una, después de varios sorbos del rioja, que volvieron a llenar su copa con la misma parafernalia.

Decididamente para los coloraos, que son los nuestro, mi punto, que según pudo observar, fue que tenia a las cuatro mesa pendiente de mi actitud, y no tuvo mas que reprocharme a la salida que no me hubiera comido el papel, y soportado el desagradable sabor de grasa de vaca enranciada de una croquetas, que lo mismo pone en la carta que eran de buey (alta maduración).

En silencio caminamos para no agravar la tensión que se ha generado entre coloraos, y es que a veces pienso que debería de comerme los papeles en lugar de escribir en ellos y así mi ironía sea entendida como algo agradable aunque durante mucho tiempo fue algo que llenaba de amargor no solo la boca, como las croquetas y el papel. En definitiva ser feliz.

¿Qué si tiene esto algo que ver con lo de la puerta?

Sevilla a 4 de Enero de 2013

Francisco Rodríguez Estévez

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