domingo, 5 de enero de 2014


Maestros

 

Creo que no merece la pena mirar  atrás, pues ya nada podríamos cambiar.
Con poco más de once años tenia, cuando había aprobado con excelentes notas un curso anterior al que me correspondía.
Aquel verano marcaría mi destino, pues lo pasé en la carnicería “ayudando”.
En el nuevo curso despareció la brillantez que hasta entonces había tenido, y mi padre ya tenia claro que siendo el mayor, y con una crisis en el sector, (de las que no han parado de sucederse) era evidente que mi futuro profesional estaba decidido.

No es que gustara, menos levantarme temprano, ni pasar frío, pero la plaza tiene “adicción” y te engancha para siempre. En aquella de la Encarnación, en la que empecé allá por el año 57 del pasado siglo, ¡quien lo diría!, los carniceros tenían un estatus superior a los otros placeros, esa al menos es la impresión que causaba, no obstante también en estos quedaban marcadas las diferencias existentes, especialmente las económicas que eran fácilmente detectables.
Después de tantos años no voy a hacer ninguna distinción solo quiero que quede el recuerdo de tantos maestros antes de que les llegue un inmerecido olvido.

Si digo que mi padre, al que todos conocían por “Montada” sin duda era el mejor profesional que he visto en mi vida, y crean que han sido muchos, les parecerá que estoy siendo parcial, pero estén por seguro que para nada. Ser proveedor de las mejores casas de la ciudad, de casi la totalidad de los restaurantes de Sevilla y la mayoría de los hoteles, Hospitales, Residencia “García Morato” escuela Departamental de Puericultura, y cuarteles de “Automovilismo”, Artillería 14, San Fernando, y Caballería”, no era tarea que estuviera al alcance de ninguno en su tiempo.

Los vaivenes de los negocios, y la fragilidad de su estructura le hicieron caer en pérdidas y recuperaciones en continuidad, en un tiempo demasiado difícil como fueron aquellos finales de los 50 y principio de los 60, hasta que fuimos alcanzados, en familia, la recuperación, crisis tras crisis.

Admiración por la profesionalidad de mi hermano Vicente, fiel espejo de mi padre. Y acabo por mencionar la habilidad vendedora de mi madre, y de mi hermana Loly, en el tiempo de mayores dificultades, para reconocer abiertamente el merito de mi hermano Guillermo en su exitosa metodología personal, que fue tomando lo bueno de cada uno de la familia, por lo que en ocasiones pienso que aprendió algo de lo que le pude enseñar.

En las fechas de mi llegada a la plaza, no puedo olvidar a cuantos maestros llamaron mi atención por alguna que otra razón y que evitare que pasen al maldito olvido. Ángel Gómez que nos regalo un coche de pedales increíble, Cirilo que despachaba fumando puros, Rafael el Gorra, que siempre la tenia puesta, Juan el Alemán que nos enseño a fabricar salchichas cocidas, Antonio Torres que formaba grandes colas, Castrillo, al que un barbero afeitaba y cortaba el pelo en su carnicería, incluso el callista arreglaba sus pies detrás del mostrador, cuando acababa la venta.

Eran muchos, los Farfan, los Estrada, los Díaz, los Merinos, los Terceños. De algunos no recurdo sus nombres, de otros como Juan Manzano, de minimas ventas, que aun me cuesta entender como podía continuar, con su impoluto delantal blanco, esperando la fidelidad de alguna clienta. Cuento mentalmente sesenta. Algunos, con oficiales de gran categoría.
Sin duda Dieguito, fuera maestro de maestros, Santiago acaso el mayor de todos, Blas el que mas tiempo estuvo en activo, Pepe "mosto", versátil, que también vendía el toro de lidia, junto con José Acosta, al que recuerdo por su pelo banco y despejada frente, bien peinado siempre, y por sus enormes manos, tan grandes que no en balde le llamaban “ermanazas”. Recuerdo a "machacante" recogiendo los rosbices que le vendíamos, a "Paterno" que era nombre de pilas,  así como a Pepe "cabra" con su puesto de hierro en forma de jaulón, que en ocasiones llenaba de aves vivas.
 “Pipanda”, Manuel de la Puente, sin duda que era un gran trabajador, al que el vino diariamente deterioraba. El día de la riada, remango sus pantalones para llegar a su casa de cuando algo le pichó el pié derecho, y al poco se lo amputaron, algún tiempo después volvió subido en un carrito verde de manubrio, pero evidentemente no era el mismo.

Y como no recordar al “Piki”, que cargaba las carnes, al "rubio", al "camello", y anteriormente a Hilario "el gato", padre de Anita, que era pariente de mi padre. A Juan "pieles", a Angelita la del sebo, de Antonio "el volaor", de Enrique Couder, conocido como "escudé y su memorable frase, (mortadela vendida, mortadela bebida) y del “rana” que trabajó en nuestra casa, y acabó siendo camarero, de Antonio bailarín que quedó ciego por los rayos del Sol, y en sus borracheras de depresión vendía cupones, de Camacho el lotero que salvo los muebles de mas uno cuando dio el segundo, "Carlitos" en apuestas continuas, Juan el de los huevos, Jesus el de la sal, Enriqueta la de las escobas, de Pepe el guarda, y de Periañez su compañero, que abrían cualquiera de las cinco puertas cuando a voces se les requería. Tan distinto todo.

 De todos estos maestros en la Encarnación se me fue quedando algo que han formado mi carácter, de placero profundo, por mas que si hubiera estudiado, (mis compañeros de estudio en su mayoría son personas relevantes) lo mismo me hubiera perdido todo esto. Y quien os lo iba a contar.

Sevilla a 5 de Enero de 2014

Francisco Rodriguez Estevez

 

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