viernes, 18 de enero de 2008

Un silencio con incentivos

La verdad del toreo
Cierto es, y por eso es de temer, que, al igual que el tiempo habla, la verdad, siempre se cobra su venganza, cuando no se la ha tenido en cuenta.
Por eso, sería para temblar, si en esta Encarnación, plaza que fuera de toros, caballos y caballeros, antes que tomara nombre la de abastos, y ahora “eso”, en la que el tiempo nos ha dicho todo lo que hay, lo que ha habido, y lo que habrá, ocurra que si por no echarle cuenta a la verdad, esta tiene, en las setas, preparada su venganza de por vida.
Y no valdrán para entonces los lamentos de lo que pudo ser, y no ha sido, pues llegaran más que tarde los duelos y quebrantos, a ser posibles de ibérico, y serán tan inútiles, como el silencio. Silencio, al portador. Changue, Exchange. Suerte de cambios, cambios de suerte, suerte del toreo. Silencio.
En los cajones de muerte, encerrada está la fiera, y en el destino la suerte, en los pitones, chequeras, en que manos el poder de cortar sus dos orejas.
Toreo de salon, banderillas de pasillo, corrida de alcoba, suerte de recibir, suerte contraria y la plaza boca abajo. De nuevo el silencio.
Es, por larga experiencia, que cuando la responsabilidad publica concede algo, de las mil cosas que se le solicitan, que se le piden con mil firmas, como mil pañuelos, esto no ha sido fruto de la casualidad, ni por que se haya metido un chute en vena de sentido común, menos, por haber inhalado el prodigioso aroma del saber atender, cuando logra alcanzar el éxtasis con la borrachera de multitud. Nada más lejos.
Cuando accede a conferir la gracia, el favor de ese “algo” que se le demanda, se le solicita, (cosa harto difícil incluso después de múltiples valoraciones a la que la someten), solo es posible si en los estudios realizados encuentran el rédito conveniente. Favor, con favor se paga.
Este dispar interés, generalmente, depende de factores indeterminados. Que embista el toro.
Con el logro, se consigue poner la sordina en los clarines que cambian las suertes, y el morlaco de los miedos, a nada, se distrae con el sonido de las campanillas que dejan oír las nerviosas mulillas tras la puerta de arrastre. Silencio en la plaza.
Con la femoral por fuente, el cheque es solo migajas, para tapar el boquete por donde tanto se escapa. Silencio en la plaza.
El premio, la ayuda recibida, fideliza con un lazo invisible. La afición acalla la posible crispación, que en ciertos momentos, puedan enrarecer el buen tono alcanzado donde nadie conoce a nadie. Nadie regala nada. Con buen criterio, ante la petición mayoritaria, y de acuerdo con el reglamento, sobre el rojo repostero de deja ver el pañuelo. El anestesista, lo tiene todo preparado para que el doctor pueda intervenir.
Francisco Rodríguez Estévez
Sevilla a 17 de Enero de 2008
(Algo darán por el silencio)

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