miércoles, 30 de enero de 2008

Cuando el poder quiere

Poder, querer, y querer poder

Si querer es poder, resulta evidente que, en tanto tiempo transcurrido, si se hubiera querido, se hubiera podido. Una conclusión para pensar, sin encontrar la explicación por lo sucedido durante treinta y cinco años en esto de lo de la Encarnación, cuando los vendedores de la arrinconada plaza de abastos permanecen impávidos, en esa provisionalidad calificada de vergüenza, de la que dicen querer salir y no lo hicieron a lo largo de tantos años, irremediablemente tuvo que ser, por que no quisieron.
Lo mismo, que no es igual salir a tiempo y en forma, que hacerlo con urgencias ajenas de otros intereses, puede deducirse, en este caso, que todo nos lleva a la lamentable máxima de solo quien puede quiere, y quien quiere, no tiene otra que conformarse.
Cuando a los treinta y cinco años, embelesados en la pasividad, esperando y desesperando por contratiempos y parones de un futuro prometido, ante la laxitud contrastada de estos damnificados, no eran ellos, si no otros, los llamados ha hacerlo realidad. Y mira por donde, resulta que no por temido, ante lo que parecía una salida inminente ahora se le anuncia dos añitos más de demora a esta Encarnación de instalación provisional, mercado efímero realizado en tubulares y chapa, pero con una solidez duradera, del que los vendedores no cejaron de expresar sus deseos por querer salir de esa anacrónica estructura. Tal vez fuera debido a que su querer, fue un querer desganado, casi sin consistencia por lo cual hacía imposible que pudieran hacerlo.
Es el poder el que decide, el poder quiere, y decide que, ahora que pueden, quieren que salgan.
Para ello ofrece una salida, aprovechando el deseo, en la desesperación para el abandono de una provisionalidad abandonada, donde nadie se preocupó de su conservación, mantenimiento, remozamiento y mejoramiento, con lo cual se facilitó un deterioro lógico creando una decrepitud que invita a la huida de los clientes y a la forzada fuga de muchos de los cansados comerciantes que, victimas de la apatía, de la indolencia galopante, fueron incapaces de aguantar.
Los latentes temores de una evacuación atropellada hacia lo desconocido, no se hacen notar e impertérritos dejan pasar los días que le acercan al final que pueden querer, como si poder quisieran que todo acabe. De lo que no cabe duda es que lo conseguirán
Francisco Rodríguez Estévez
Sevilla a 30 de Enero de 20008

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