jueves, 27 de diciembre de 2007

Y la envolvió una sabana

La sabana



A los treinta y tres años, una sindone envolvió la torturada desnudez yacente de la Encarnación.

El mismo tiempo lleva esta otra que en su yacija aguarda, como sarcófago su pirámide, envuelta en su nuevo relio de sabanas blancas decoradas, del burrito, que se prestan de sudario.

Los inmensos lienzos, tratan de poner el principio del posible epilogo con un muro de tela, que se enreda como la seda del cascabullo, para evitar que se pueda observar todo el intríngulis de la misteriosa metamorfosis de lo que no volverá a ser igual. Por que lo mismo no es igual, aunque sea lo mismo.

No tiene, después de tantos años de su desaparición, el recuerdo de un ámbito vivo, bullicioso y cosmopolita esta Encarnación de vacío, que busca el nirvana en otra reencarnación, y que en la auptosia de su espíritu solo aparece interés para que aparezca en la urna, de un futuro tiempo de Pentecostés, a ser posible trasmutando su simbología, por aquello de la inluenzae, por una que recuerde al pasional corimbo de la papillonacea, mejor que la ardiente llamarada que del Babel hizo su esperanto.

La enorme sabana, tapa más que una capa. Todo se tapa. Es el nuevo símbolo de los sueños. El ideograma. El premiado lagarto lucirá en la catedralicia fachada, pero la tortuga, idea premiada como mascota de esta Encarnación, lenta y superviviente, queda sustituida en el estampado por la madeja de los líos, que tanto cabo deja suelto, y a esta Encarnación de no haber sido por la urna, hubiera sido acogida, Dios sabe cuando, por la sopera.



Francisco Rodríguez Estévez
Sevilla a 10 de Marzo de 2006

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