lunes, 17 de diciembre de 2007

Lo que dice el tiempo, Oct-05

En la orilla



Al parecer, solo David salió airoso de un desigual combate de fuerzas, y de eso hace ya muchos años, habría que remontarse de cuando los tiempos de los ídolos, de testamentos viejos, y heredades históricas, como deudos del pasado, de cuando los carros de fuegos volaban por los aires sin detonaciones remotas, y se criaban cabras en los remotos desiertos.

Tal vez por eso, desde la propia debilidad en la que el razonamiento queda siempre ante la fuerza, lo sensato sería no enfrentarse a ella, en caso contrario, aun sabiendo que puede resultar estéril el ímprobo esfuerzo, se debe optar primero, por la persuasión de la misiva, con amagos amenazantes, que eviten la contienda, y cuando menos, antes de la previsible derrota, encontrar la honda de una salida airosa. No obstante, aunque se trataba de evitar el choque con tan descomunal rival, bastó poco para saber como se las gastas y, en los preparativos del duelo, ajustando las reglas y estrategias del choque, justo en los calentamientos del peloteo, llegó el zapatazo.

Se veía venir que, al contrario de aquello del grano a grano se llena un saco, si solo se juntaban debilidades, no se llegaría a conseguirse la fuerza necesaria para contrarrestar ningún potencial y ocurrió lo previsto, con lo cual aquello, a pesar del entusiasmo inicial, quedó finalmente noqueado y convertido en una gran debilidad.

Entre deserciones y abandonos, el hastío acabó acomodándose en la dilación, y toda la fuerza de la posible razón quedó diluida, frente a un poder cada vez mas afianzado, en sus razones irrazonables.

El tiempo no juega a favor, y teniendo solo el ariete de algodón de la palabra, no hay ídolo, por muy pies de barro que tenga, que pueda abatirse, ni por muy falso que este sea se derrumbará, mientras tenga adoradores que le sustenten.

Pero no son de barro precisamente los de este decápodo ídolo de siete cabezas, como hidra, ante el que no tengo intención de postrarme como un converso, para adorarle, después de todo lo pasado, navegando contracorriente buscando inútilmente la puerta, el puerto, la plaza , el mercado, la estación y el aeropuerto, y que, fortalecido en la soledad de la orilla, con las convicciones del mismo ideal que aglutinó a tantos abanderados en su día, siento que ahora, en el descanso obligado por este tiempo de entuertos, que estas son mucho más firmes que sus “zapatos”.



Francisco Rodríguez Estévez

28 de Octubre de 2005

No hay comentarios: