domingo, 30 de diciembre de 2007

Carcel de oro

1. Penal

Donde venden el dinero, que se llamaba taberna argentaria, ahora le dicen entidades, para los muy tieso, caja, ya que iniciaron la actividad a la puerta de los mercados, antes macellum, que eran donde los macellarius ofrecían los alimentos, que sin disponible no había tu tía, y de eso se aprovechaban.
Ese glomero de tenderos que ocupaban el espacio mercantil al uso, antes, se llamaba plaza de abastos, luego, mercado, y a sus tenderetes, que se le dicen puestos, a estos establecimientos, antes eran denominados cajones. Al despacho del pescado tarima, y a los de las carne tabla. Al final se acaba en madera, como las setas de la Encarnación, antes mercado.
Tuvieron los penales de esta ciudad la suerte marcada de acabar siendo, como legado de Roma, macellum, o banca. Es evidente que el destino depara estas cosas, pero no con la misma suerte.
No sé si todavía se esta por conservar la 5ª Galería de la cárcel de Ranilla, donde para el análisis etnologico, tanta historia al parecer existe, si bien con las remisiones, el dato constatable indica que ningún penado llegó a cumplir treinta y cinco años de condena. Lo que parece cierto es que se conservará, dicen que por su valor arquitectónico, el edificio de lo que fuera la comisaría de la Gavidia. ¡No te digo Salinas! Igualmente sucederá con el edificio del mercado de la Puerta de la Carne, hoy instalado provisionalmente, como lo de la Encarnación, prestando sus servicios en el andén, bajo la cubierta epatante de lo que fuera la estación de Cádiz. Son dos ejemplos de edificios salvados por distintas suertes, lo mismo espero para la amenazada Trinidad.
La Encarnación nunca fue cárcel, aunque un día del Corpus fuera cadalso, pues no era plan de demorar el ajusticiamiento, y menos, desmontar los palcos de la Plaza San Francisco, sin embargo, la Historia revela, aparte de ese punto negro, que siempre tuvo algo místico, desde la paleocristiana, los altares romanos, la madraza coránica, el beaterio de excomulgadas, convento, iglesia, y palacio, que quedaron convertido en solar en tiempo del francés, hasta que los vendedores cogieron sus cajones y lo convirtieron en plaza de abastos, pero nunca jamás se pago una condena más alta, a treinta y cinco años se elevaran las provisionales, que si llegan a ser definitivas no quedaría nadie para contarlas.
Este dato, puramente etnologico para su estudio, puede ser tan valido como cualquier otro, como para que un lugar tan interesante, tan singular, ejemplo del cooperativismo en un régimen dictatorial, paradigma de la arquitectura efímera, único en su estilo, documentado y datado en el tardo-franquismo, reducto infame donde fueron hacinados los vendedores expropiados con el fin de que estos alcanzaran el cenit del eudemonismo en un mercado moderno, sea por su historia conservado.
Por una vez se cambió la suerte y el mercado quedó convertido en penal.
Las asfixiantes chapas, como un horno, que guardan mil historias junto a los centígrados que irradian el calor en el interior de esa sombra, como si de una cárcel se tratara, se perderá, de no conservarse, y las generaciones futuras, no podrán creer nada de lo que se les diga, a menos que puedan comprobar in situ como fue un increíble modo de vida, que resulto ser una condena.
Francisco Rodríguez Estévez
Sevilla 1 de Agosto de 2007

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