domingo, 15 de septiembre de 2013



Al final

 

De esto hace más de cuarenta años. Alguna vez que otra, le había atendido en el viejo mercado de la Encarnación, y su  imagen ya era conocida en esta ciudad, y mira por donde me lo presentaron unos amigos de vino y poesía, justo cuando gozaba del prestigio ganado en el desempeño de impartir justicias en su delicada profesión.

Ante mi temor, porque las fechas galopaban en la euforia de los placeros por derribar esta plaza de abastos, que aun no era municipal en su totalidad, tenia en la cabeza la idea de que solo podría salvarla de la piqueta la ciudadanía, por mas que de plata fuera la que clavara su punta de herida de muerte en el costado derecho entrando por Regina.
En el pequeño bar cercano donde tomaba café, le propusimos nos diera su ayuda y saber para que liderara la idea redentora, para vindicar manumisión, incluso si llegara el caso  pedir el merecido indulto a esta pieza vital de la historia de nuestra ciudad, a la que otros deseos querrían convertir en Dios sabe que cosa.

Por más que demostrara interés por la petición que le había formulado, acaso por aquello de no tenerlo claro, o vete a saber que demonios, el caso es que los tiempos corrieron más que los deseos y además de que le perdí como cliente, la demolición me instaló en la eterna provisionalidad.

Alguna vez que otra crucé en las calles un saludo que cortésmente me devolvía, pero generando la duda si sabría de que me conocía.
 Pasado algún tiempo, la galerista del evento, enterada de mi afición al coleccionismo tuvo a bien invitarme a una colectiva donde exponía sus cuadros y  acaso al reconocerme, me llevó a adquirir uno de sus cuadros de pequeño formato, y para celebrar el reencuentro, y la venta, única venta, nada mejor que una cena en un prestigios club de negocios.

En la carnicería provisional junto a otras piezas, tal galería, quedó la obra instalada para la admiración de los clientes y amigos, en especial los suyos, que acostumbraba a traer hasta mi puesto para que vieran el cuadro.

La venganza de un desalmado chapero le implicó en el caso mas sórdido de esta ciudad, de la que tuvo que esconderse , en la que por suerte un día le pude ver, después de muchos meses, caminar por la calle, con los ojos enrojecidos y sin lagrimas, camuflado bajo una enorme gorra, y escondiendo el rostro con una bufanda.
Su abrazo me hizo sentir el dolor, y mis palabras de aliento en tanta soledad, creo que me las agradeció para siempre. Tanto, que cuando le pedí  que escribiera algo para el zaquizamí de la Encarnación no dudo en regalarme la memoria de cuando lanceaban toros.
 

Cuando pudo abandonar el embozo, y mostraba la faz de su cara, esta había perdido la alegría, pero mucha me causo que viniera expresamente para invitarme a otra exposición de cuadros que había pintado en tanto llegaba  la resolución absolutoria  de toda intervención en un caso infame. El dolor se hacia notar en sus cuadros. Adquirí otra pieza en la que nos muestra una atormentada situación, una obra digna de análisis  profundo en la que el río Guadalquivir no busca Sanlucar de Barrameda, Luciferi Fanum,  si no que intenta remontar por Reyes Católico, como buscando Pacifico.
 La capillita de la Virgen del Carmen aparece ingrávida en la levedad,  y el puente de Triana, forma un ángulo recto en las azules aguas donde se mece una barca practicando las artes de la pesca de  cuchara.
 Una obra de Arte salida de su mente, arte povera, arte rico, un paisaje en azules tonos que siempre pude contemplar en la provisionalidad y que por culpa del fenólico amarillo hoy la guardo en una caja.
Al final amigo, he leído que te fuiste de muerte natural, como si la muerte fuera algo artificial, y aun en tu juventud octogenaria de siempre "rico", habías decidido ser polvo. Genio y figura.
Sevilla a 16 e Septiembre de 2013
Francisco Rodríguez Estévez
 

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