Ahora el solar tiene una visión desgarradora. Se muestran
las heridas que abren en sus entrañas a jirones de triste belleza como astas de
cérvido desprendiéndose de los colgajos del epitelio de una muda.
Como alcornoque desnudo, al que le roban durante el frío
invierno su atormentado arrope del bornizo de nueve años. Tal que estuviera en carne viva, como tiene el corazón de Raphael,
en el vinilo. Así está quedando esa terrea piel sin su cobertura pétrea que, a las
bravas, están arrancando de su pasado, al parecer con las mejores intenciones.
La paciencia junto a
la técnica, nos dicen que recuperarán la belleza que quedaron enterradas y nos
guardaron los ladrillos de la plaza de abastos demolido para que nos puedan causar más admiración, si
fuera posible, el poder contemplar hecho Arte, esos cachitos de mármol, teselas
del pavimento de anteriores moradores.
En ellos, pisadas de la vida cotidiana, amores y pasiones,
fiestas y funerales de plañideras, testigos multicolores de un tiempo de
esplendor y decadencia, de una Cultura que tanto dejó en su caída, y tanto nos
dejó en la sangre.
Aseguran, que volverán, tras la intervención recuperadora, a
su lugar de siempre, donde quedaron instaladas por deseos del pudiente que las
encargó, tras revisar los catálogos que teselalossa ofrecía sin plus para filipina que valga.
Los operarios con
contrato basura del destajo, enlosaron de moda los aposentos y los caprichos de
su propietario, incluso a veces, para delicias de estos, les instalaban
inventadas emblematas para llenarles de vanidad, que eran recompensadas con
largueza.
Para estar a la
altura, cuando llegue el tiempo de la cinta y lo del azulejo recordatorio de la
gesta, a muchos de los placeros, mosaico multicolor del aposento, nos tendrán
que realizar, como a las alfombras minerales, un lifting rejuvenecedor, aun a
riesgo de parecer, sobre las tarimas, carcamales del cuplé. De ambas maneras se
tendrá una visión como al principio,
desgarradora.
Sevilla a 3 de Diciembre de 2003
Francisco Rodríguez Estévez
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