Cuando a la explanada de la Macarena, amable umbría al paso,
al grito y a la pancarta, amplia a la acampada y la manifestación, le pusieron
aquel burka verde que llevó por más de un año, antes de que nos apareciera esta
acotada y versallesca imagen, insufrible
en su caminar de resbaladizo mármol y torturador paseo sobre piedras, que más parecen
recogidas de las vías de tren, evidentemente lo que se hizo fue que expulsaron sutilmente, a cuantos indigentes tenían allí
su domicilio.
En mi barrio, cercano extramuros, pernoctan, en estos días
desapacibles, bajo los vuelos de las terrazas, un importante número de personas,
que se duplica con el buen tiempo, donde los parterres se convierten en
dormitorios.
A nadie gusta ver la
marginación y la pobreza, pero esta crece, y de qué manera. No queremos pobres
sucios y enajenados borrachines en nuestros jardines públicos, lo cual
significa, que también ellos tienen derecho a su disfrute. Nada mejor se les
ocurre para solucionar un problema social que evitar el acomodo de estos
desgraciados, que cerrar el acotado espacio con vallas, e impidiendo el
reconfortante descanso con bancos de olas con reposabrazos.
A falta de camas en centros de acogidas y albergues de
transeúntes, parecía ideal por sus escalinatas y láminas de aguas para el aseo
personal el frustrado proyecto de la Encarnación, con su plaza de abastos en
los sórdidos sótanos.
En la actualidad con la noticia del concurso, aumenta la
indigencia en los soportales y acaso aguardan la posibilidad de que la estación
del metro los acojan, pero mientras tanto, que digo que algo se les ocurrirá a
los munícipes, y en todo caso si no le fluyen las ideas pueden convocar también
para encontrar una solución de prestigio solidario un concurso de ocurrencias
para la ciudad de las personas que viven bajo las estrellas.
Sevilla a 27 de Octubre de 2003
Francisco Rodríguez Estévez
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