Son estas cosas las que hacen que se puedan abrigar
esperanzas, al menos si aparece la desaprobación ciudadana como para pensar que
todo se puede cambiar, que solo será
cuestión del maldito parné de la copla, pa mis caprichos monea.
Vino el catedrático, presuroso y agitado, para alertarme del
resultado de aquello que calificó de horror. Tal era su estado de indignación
que no tuve más remedio que encaminarme para ir a comprobar la certeza de sus
palabras.
Efectivamente, allí estaba aquella cosa adornando el remate
de lo que llaman intervención, remodelación, y lo que quieran, pero que en la
sonrisa de los transeúntes se comprueba que tiene otra traducción, que en este
caso no es la de hacer feliz al caminante, a tenor de la mueca que aparece en
su rostro, de una incipiente risa, pero eso debe parecer que estemos divertidos
con el auto, y a fe que lo logran con
tantas ocurrencias.
Cabe temer que calladamente acabemos acostumbrándonos a los
adefesios y así no habrá manera de retirarlos hasta el próximo cambio de piel,
cual culebra, para que esta muda desaparezca. Hable.
No por sabido, conviene recordar aquello de los experimentos
con gaseosa, pues en estos impulsos
modernos cuando menos deberían de
utilizarse la plastilina, pues de lo contrario, una vez la realización
consumada, incluso cuando no tienen la aceptación del respetable, y no son
retirada de inmediato ni con la más
feroz de las criticas, a menos que pueda perjudicar otro interés, deben de
esperar una eternidad para que alguna vez se realice la remodelación
rectificadora.
Un nuevo proyecto, con nueva factura.
Un nuevo proyecto, con nueva factura.
En la recoleta plaza, ahora travestida, desaparece el
granito rosado para instalar la guillotina inoxidable, báculo de luz, con el argumento
de modernidad. Ni imagino como pueda llegar a ser lo de las setas.
Francisco Rodríguez Estévez
-Sevilla 2 de Abril de 2006
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