No haría falta tener la coana entrenada para tal menester,
es fácil detectarlo, pues a nada que se pasa al laberinto se percibe el extraño
aroma.
Duele que en varias ocasiones este hubiera sido confundido
por los medios, aunque se explica por las dudas que originan descubrir sus
componentes, y que por tal causa, le
adjudicaran calificativos impropios como cohechos, y despectivos, por
ignorancia de los ingredientes según la definitiva nueva formula.
Que la Encarnación
tiene su aroma propio, ese que resulta impropio para plaza de abastos municipal, y característico por inconfundible, es cosa cierta,
pero que en absoluto eso no da pie a nadie para llamarle ni putrefacto,( olor a
podrido), ni nauseabundo, (que produce
nauseas). Nada más lejos.
El aroma de la Encarnación , ese que bajo las setas desprende, está
pero que muy lejos del que puede tener la amorphophallus titán, tan característico de la flor por su aroma de los cadáveres, pues la
mixtura de este por novedoso tiene su propia personalidad difícil de igualar, pues no es fácil
mezclar el del garum que se obtenía en los sótanos de la hispalis romula, pura
ruina, con el que quedaba en la madera barnizada de los bancos de Iglesia de la
esclavitud, y con algo del que vía listones de pino finlandés recuerda a Dinamarca,
se remata con unas pinceladas de cetáceo varado, avistado en el mirador social. Ese es el genuino olor a olor.
Es un olor tan especial que engaña a los taxistas cuando
intentas hacer una carrera obligatoria, pues no pueden creer que aquello que
inunda el habitaculo pueda ser natural.
Se tiene la impresión de que los placeros, ya no lo huelen,
que han acostumbrado la pituitaria
amarilla, como el fenólico, y no perciben la mezcla. Oler, a olor. Olor
especial, olor de la Encarnación ,
olor a laberinto. Es lo que tanta modernidad viene a dar en la nariz.
Sevilla a 4 de Julio de 2013
Francisco Rodríguez Estévez
No hay comentarios:
Publicar un comentario