miércoles, 10 de abril de 2013






La firma

 

El señor mayor, posiblemente octogenario demostraba que aun tenia coraje, aunque solo fuera por el tono de su voz.  Había entrado en la trampa de la barreduela de cristal, y esta frustración junto con la de sentirse observado, le condujo hasta donde me encontraba no sin antes dar un rodeo, pues una vez dentro del laberinto no resulta fácil dar a la primera con la desértica calle.

La ternerita de poliéster, que hace las delicias de los niños, al menos es una referencia que facilita al público, a falta de puerta, encontrar este aislado lugar fuera del ámbito circulatorio del galimatico diseño que dieron a la plaza municipal de abastos de la Encarnación.

Llegó el buen hombre con una disposición de gran enojo, pues al chasco de la entrada se le sumo este de la desorientación por hallarme, tal como anteriormente buscaba una puerta de entrada.

Posiblemente tuviera conocimiento de  que esta puerta es algo en lo que me atañe, e intento que las responsabilidades del mercado caigan en la cuenta de darse cuenta, y los resultados tengan el acierto de abrirla,  pero con la esperanza de que no sea demasiado tarde. Sin rodeos y de inmediato me dijo “estoy con usted”.

Al buscarme con el interés que lo hizo, imaginaba que esa solidaridad  se debía, (una vez sufrida en sus carnes  la guasa del fracaso) tanto en el intento de entrar como el de encontrarme, que entendí que se refería a lo de la puerta inexistente y por lo tanto a mi reiterada petición por cuanto la creo mas que necesaria.

Pero sin rodeo me añadió algo que aun siendo totalmente cierto, es algo que se nos escapa, por cuanto solo seria un parecer, una opinión personal que puedo compartir, sobre lo mal que pueda estar hecho aquello. Cierto que tiene múltiples fallos, de hecho continuamente hay operarios llevando a cabo la reposición de las losetas del pavimento, y las baldosas de granito de los escalones, y que semanalmente se succiona los sedimentos de unas arquetas insuficientes, y como no, las puertas es un puro capricho del desacierto, y aunque solo bastaría instalar una nueva en la travesía central, pues como pueden imaginar no se trata, ni es cuestión de recoger firmas, tal como este buen hombre me ofrecía la suya. Sencillamente es el misterio de lo de la Encarnación, algo inexplicable. A falta de rubrica.

Sevilla a 10 de Abril de 2013

Francisco Rodríguez Estévez

 

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