viernes, 21 de septiembre de 2012

Como ayer, pero menos que mañana




A fuerza de desfigurarse cada vez parece mas vieja, casi como ayer, pero menos que mañana Cada día le aparecen a esta encarnación travestida, como disfrazada, como si fuera una singularidad que lo mismo es gasolinera, que centro cultural, que enclave en el desierto, pero que a su sombra acoge tanto al saber como a la ignorancia, al conocimiento que al desconocimiento.

Vuelve el ayer, siendo ahora, que más recuerda tantos eventos al redil de pavos, y  a las fogatas en las noches de invierno, incluido el aguardiente. Tanto ayer nos aparece hoy, que se revive al charlatán que hacia demostraciones con su cocina de petróleo, en mesita entenderengue, para freír al instante rosas de azúcar, como a aquel otro, que con un artilugio sacaba la espiral de patata, dejándola hueca y lista para rellenar, cuando no había ni para el relleno en muchas casas.

Se vuelven los tiempos atrás, aunque los tiempo no vuelvan, pero de continuo tratan de que el invento ante su previsible fracaso futurista tenga actividades pretéritas, y a tenor de los esfuerzos realizados ya solo le falta la tómbola y la montaña rusa.

Seria imposible que se encontrara para ocupar un lugar preferente otro Basilio, si, aquel hombre gordo que se murió de un infarto siendo tan joven, cuando el tenia remedios para todas las enfermedades en los saquitos de toda clase de yerbas medicinales, y era capaz de sanar tan solo viendo el aspecto que mostraba el enfermo, al que haciéndole salir de su timidez resguardada en el corro de curiosos, obligaba a tomar un extraño aparato que marcaba los latidos de su corazón, la regularidad de sus pulsaciones, y por un duro, se llevaba el remedio para curar aquello que tanto le hacia sufrir, y mas le avergonzaba.

Cuanto me gustaría que quienes no conocieron este lugar mágico pudieran por un momento imaginarlo, el puesto de Pablo, el carro de la mula, de Sosa, el puesto de helados, el de melones y sandias, el vendedor de perborato rosa para fortalecer las encías traspasando su muñeca con un puñal,, la adivinadora con su madre, el adivinador con su abuela, el que introducía enormes puntas por sus orificios de la nariz, el vendedor de calcetines indesmallables, los turroneros, los atardeceres de los domingos de invierno tomando el Sol del poniente mientras José el limpiabotas sacaba brillo a los zapatos, la fila de carrillos de batea apilados (ideales para jugar al escondite) la montaña de arena en la obra interminable de la pavimentación de la calle para retirar las vías del tranvía, los partidos de futbol multitudinarios en la calle con portería en las onduladas chapas de “Las golondrinas”.
La cola del petróleo, los calentitos de Montaño, (pavias por la noche), el parador,  el enorme anuncio en cristal de la clínica de Perales, la academia "Van Dyk" de idiomas modernos, o el rincón de Manuela, donde siempre había algo que comprar. Todo un mundo mágico que aparecía cada amanecer y desaparecía cada noche.

Ver en estos días gente vendiendo cosas, como ayer, haciendo espectáculos, como ayer, hace que desfigurándose en su propia modernidad, cada día esta Encarnación se me parezca, en su soledad, incluso a cuando podía recorrerla en su perímetro montando en bicicleta sin peligro, solo que antes me parecía todo mucho mas bonito, por que efectivamente todo era mucho mas bonito.

Sevilla a 21 de septiembre de 2012

Francisco Rodríguez Estévez

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