miércoles, 23 de noviembre de 2011

Cada amanecer

Al alba

Camino de la Encarnacion

La escena que veo se viene repitiendo desde hace varios años, los mismos que llevo (por aquello de la guerra que al coche le empezaron) pasando por la puerta del palacio, y es que la cosa se puso tan mal para aparcar, que no me quedó mas remedio que, al principio, caminar hasta la lejana parada para poder coger el autobús que me acercara al lugar del trabajo, ahora en lo de las setas, puesto que, eliminados todos los aparcamiento que antes había, coger el coche desde hace ya unos años se había puesto imposible, y luego, ante el deficiente servicio de transportes urbanos, no me quedo otra que iniciar cada día con una sesión de caminata, dos kilómetros de nada, que según dicen, va muy bien a mi edad, pero donde de verdad se va bien a mi edad , es en coche.
Por suerte, me dejaron hace poco un aparcamiento en el centro, y consigo, una vez pasado aquel tiempo que le tuve pudriéndose en la puerta de casa, coger el coche un par de días a la semana y traerlo hasta la Encarnación.
Me resultaba extraño, al principio, ver aquellas chiquillas en la puerta del palacio, pero a fuerza de pasar pude observar la secuencia completa. No es cosa nueva, llevaba varios años viendo como todos los días lectivos, al pasar por la puerta del palacio, cuando aun esta oscuro, cuando se acerca la hora de que el licántropo vaya tomando normalidad, justo al alba, empieza la metamorfosis.
Las niñas, vestidas de uniforme de colegio de monjas, y resguardadas detrás de los coches de las miradas de los pocos caminantes que pueden pasar, realizan un ritual transformador, en el que dejan de ser mojigatas colegialas, para acortar, con una treta de cintas e imperdibles, la medida de las faldas, esas enormes faldas que llevan por debajo de la rodilla, para con cierta habilidad hacerlas decrecer y enrollarlas en sus cinturas hasta que, en la transfiguración de Nabokov, quedan convertidas en un autentico ramillete de Lolitas.
Suele estar aun oscuro cuando paso y mi presencia ya no les preocupa, ellas estan a lo suyo y con habilidad al tacto, montan diariamente el taller de costura donde los imperdibles sujetan los pliegues de las faldas escocesa con los colores que las identifican, y los calcetines altos, ahora se le quedaron bajos, y muestran, sin que les importe el fresco, e incuso el frío (cuando lo hace) las carnes rosadas de unos muslos infantiles que quieren enseñar carne a toda costa, sin querer ver el peligro que supone hacerlo estando el licántropo aun sin recogerse en el cubil.
Al alba, delante del palacio, en la metamorfosis colectiva, se lleva a diario una transformación en la oscuridad, no hay ninguna palabra, es un automatismo grupal, en el que la treta está en subir la falda que tapa las rodillas hasta que queden por encima del medio muslo para convertirla en minifalda. Por habitual, me sigue pareciendo extraño el comportamiento establecido.
El caso es que una vez convertidas en Lolitas, cuando aun el alba se resiste en estas mañanas de Otoño a vencer a la noche, cuando la negritud azulea antes de amanecer, estas mujercitas, en la seguridad colectiva, ponen rumbo al colegio, donde chincharan sin duda a algún otro grupo de chiquillas, de las que aun no se atreven, o no quieren acelerar los tiempos, ya que sus faldas a media pierna, por lo menos las abriga.
Sevilla a 23 de noviembre de 2011
A veces no todo es la Encarnación
Francisco Rodríguez Estévez

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