Es cauta costumbre que viene de lejos, de mucho antes de los
tiempos de miedos, pero que todavía permanece arraigada. Es el silencio como el
sabio consejo de abuelas temerosas, ese que te repetían para inculcarlo de por
vida, para que el paso por esta fuera sin sobresaltos, ese de pasar
inadvertido, de no señalarse que decían.
Pero lo de no quedar callado que antes fuera bueno en
ocasiones, y que ahora puede resultar peligroso, persiste. Es ese miedo
interior y perverso que permanece, de tal suerte, que atenaza a la mayoría para
que siga silenciosa en una rumiada protesta de tanto evitar destacarse.
La disconformidad queda convertida en un derecho cesante, es
decir, que no se ejerce, tal vez porque aun existe ese temor a señalarse, a
significarse, o lo que sería peor, a que te marquen para los restos.
Ejercer de cesante, sin duda, es practica acomodaticia que
se practica con maestría de sillón, cuando, en lo que corresponde, se deja que
obren otros.
De la voluntaria cesantía de las obligaciones ciudadanas,
siempre hay quienes sacan provecho, y en la indolencia, en la apatía, en la
desgana que suele aparecer en el ejercicio de tan inoperante actitud, siempre aflora
una soterrada protesta entre dientes, y porque no, una crítica con la boca
chica.
Con esta práctica habitual, tan manida, y con tan poca
relevancia, (puesto que tan solo sirve para hacer el jocoso chiste) apenas se
consigue nada, y menos esperar que alguien atienda lo que se reclama con el
silencio, con lo cual, aun colmatada de razones, la cesantía no pasa de ser un
fracaso, un consentimiento. Callo, pues otorgo.
Muchos practicantes, por no decir todos, de los que no dejan
de otorgar tanto por tanto callar, son sin saberlo cesantes activos, por más
que, aun siendo mucho, solo aportan, cuando lo hacen, poco más que una firma
solidaria sacada a duras penas, para impedir lo de las setas en la Encarnación,
porque a pesar de tener las ideas claras al respecto, no saben, por la
costumbre del silencio, que hacer para evitarlas.
Por lo cual, la casi unanimidad del rechazo que se percibe y
se contabiliza, este lleva aparejado un inexplicable silencio de conformismo.
La realidad es que nadie sabe qué hacer cuando cosas así
suceden, y no son pocas entre caprichos y modernidades, pero es tan cierto como
que la responsabilidad, ave de paso, si lo sabe, y por lo tanto jamás
escucharan los silencios de desacuerdos, ni las bullas mediáticas de una
orquestada protesta, a menos que tenga el abanderamiento y el respaldo de
algunas relevancias en la afinidad, supuestos notables que por lo general
ejercen la cesantía. Y así nos va.
Francisco Rodríguez Estévez
Sevilla 21-12-05
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