jueves, 28 de agosto de 2014



Cuarenta cuadernos


 

Hace ya algunos años que me alojo como inquino en una casa de papel, que cuenta el tiempo por cuadernos y en los cuadernos el tiempo.

El pensamiento, la palabra, el arte, son aglutinantes de este grupo de personas, sencillamente especiales que se reúnen para hablar entre fumarolas que salen a bocanadas de la conversación, tanto por el tabaco (impuestos incluidos), que se quema entre los dedos de profundas caladas, para expelerlo volatizado, como blanca nube de castañero, en los aires de las noches serenas como un anti-contaminante que cierre los mas grandes agujeros negros, que por los humos en los que tantas veces queda la palabra cuando esta se desvanece inútil, como nimbo de utopías envolviendo los sueños de vates aliados para predecir, al menos, mejores futuros, y que se hacen llamar roldanes.

En esa atmósfera, de calle y taberna, no falta el verdadero elemento que le da sentido a estos encuentros de Martes, como los de un carnaval  hebdomadario, cual es el vino, mejor el buen vino, que vino, vio, y nos convenció, sin vencernos, que viene actuando de vinculo sacro para calentar las entrañas y fortalecer el espíritu, junto donde el limonero de huerto claro es blasonado por la cuna del amanecer y la clausura de las vírgenes, arrecogidas del Ramayana, deja escapar los cánticos de su mística.

El dispar grupo, que tiene integrado al novel, y al Nóbel, al erudito, y al lego, al noble, y al plebeyo, al escritor y al cartero, que tiene como soporte el pensamiento, la palabra, el arte, formando un pilar del trípode que forma junto a la tolerancia, y la libertad, gusta de divulgar estos principios en forma de cultura viva a través de pequeños libros que presentan en cualquier parte del mundo.

Es costumbre también que, al llegar el Adviento, mayoritariamente se junten estos inquilinos viajeros, en algún lugar de nuestra ciudad, para una libación colectiva invocando los buenos deseos, momento que es aprovechado para obsequiar a todos los residentes de este etéreo falansterio con un calendario, que por su singularidad es una joya de colección, para que entre otra cosas este les marque los días futuros.

A mí que tanta mella me hacen las premoniciones, el de este año no me las trajo buenas. Para cada hoja de su mes correspondiente, la reproducción de una obra de arte conjuga con el verso de los que participan en su elaboración. Cuando me llegó, leí de pasada algunos versos, admirando la calidad pictórica alcanzada, mientras rememoraba a tantos ausentes, Palomo, Rafael, Lolo, Abelardo.

Llego a Noviembre, y el horror corta de repente los mojados cristales que se llenaron de tanto recuerdo. Noviembre, mes de Santos, mes de difuntos, de jalogúeis, de San Andrés, bendito y dichoso a la vez, mes del vaticinio del Doctor Sánchez, mes marcado para que la pesadilla del sueño (las peligrosas phaloides de la Encarnación), llegado el día de Zacarías, con zeta, este tiene en agenda inaugurar, con pe, de perdón.

Pues en el almanaque que esta entidad de personas de bien pensar, colectivo al que pertenezco desde hace cuarenta cuadernos, no han tenido otra ocurrencia que, en el mes de Noviembre, aparezca sobre un precioso poema de Otoño, no lo creerán, ¡¡¡ Setas!!! , un cuadro lleno de setas, phaloides y muscarias en las distintas fases de su desarrollo llenas de veneno, y para rematarlo, lo firma un apellido alemán.  Nunca podía esperar, que me hicieran esto.

Francisco Rodríguez Estévez

Sevilla a 4 de Enero de 2007

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