Bajo los
soportales, tomados como dormitorios, la imagen refleja una situación
desesperada. Entre cartones, aliviando el frio del relente con el calor que le
proporcionan los perros, fieles acompañantes, las miserias pasan las noches.
Con las claras
del día como despertador, van espabilando del sueño reparador, y desperezan sus
entumecidos músculos contraídos, para recoger lentamente sus pertenencias antes
de encontrar en la samaritana fuente un mínimo aseo.
Hasta una veintena de personas se pueden
contar en esa larga habitación común, falansterio de Imagen, donde la pobreza
viene ocupando las precarias camas de un duro suelo. Es la indigencia. Un estado
social del que cuando se entra, es casi
imposible salir, pero que abre las puertas de par en par a otros peores, diabólicos
infiernos que no tienen salidas.
La falta de techo, es una dificultad
añadida para la contratación laboral, más cuando los índices de desempleo crecen,
y para optar a una escoba, lo de menos es saber barrer, cuando se hace necesario
poseer un currículo académico.
No lo tienen fácil. Adelantándose al
futuro, volvieron al pasado. Se convertirán en el hombre del saco que tanto
asustaba a los niños que ahora somos abuelos, por que en el saco está toda la
esperanza de seguir un día más, para
poder salir, y solo llevan lo que tienen, lo que encuentran, y por no tener ni donde dejarlo, siempre lo
llevan a cuestas.
En la calle porticada de un ensanche
imposible, la indigencia duerme a la espera de que la epatante cubierta pueda servirle
de techo.
En
la demora, como temiendo que nunca pueda acceder al futuro, la mente y el tetra
brik, juega malas pasadas y en la duermevela
retiene en la pupila la imagen de un monstruoso espectro de dos ciclópeos cilindros
de hormigón, acaso fue lo ultimo que pudo ver antes de acabar por arder en llamas como un bonzo
Noviembre de 2007
Francisco Rodríguez Estévez
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