La ciudad forma su fisonomía, al igual
que la persona su carácter, gracias a los cambios que a lo largo de los años,
en el caso de estas, de los siglos, que con aciertos, y aprendiendo de los
errores, la fueron modelando.
La persona, al igual que las ciudades, tiene elementos básicos inalterables, que no se cambian, a menos que todavía esté en formación y el carácter no se tenga definido, o bien que la debilidad forme parte de tan voluble humanidad.
La persona, al igual que las ciudades, tiene elementos básicos inalterables, que no se cambian, a menos que todavía esté en formación y el carácter no se tenga definido, o bien que la debilidad forme parte de tan voluble humanidad.
Tampoco las personas, al igual que la
ciudad, debe de someterse a perder su identidad por imposiciones de unas modas
siempre pasajeras, que acaban por desfigurarla al punto en ocasiones que llegan
ha ser irreconocibles, salvo cuando se aplica las medidas correctoras que la cirugía
necesaria determine .
Bien es cierto que el hábito no hace al
monje, pero por ejemplo el tricornio tiene su carácter, tal vez sea por eso que
la vestimenta talar y el charol tengan el efecto identificativo, como elementos
indubitados, para saber fehacientemente ante quien nos encontramos.
Otra cosa es el disfraz, ahí cabe todo. La persona, al igual que la ciudad, gusta del travestismo en las bromas, pero otra cosa sería que se esté en la broma de forma permanente, en cuyo caso se puede cuestionar la identidad tanto del individuo, como de la ciudad.
Así pues, como en la normalidad a nadie se le ocurre vestir de nazareno de cola en la noche del pescaito, ni lucir un vestido de faralaes de talle bajo con volantes, un jueves santo, de igual modo, no parece razonable que alguien piense que, por bonito que quede, se deba pintar de gualdala Giralda , ni colocar las
icónicas fungiformes en el centro histórico, a menos que algo falle.
Otra cosa es el disfraz, ahí cabe todo. La persona, al igual que la ciudad, gusta del travestismo en las bromas, pero otra cosa sería que se esté en la broma de forma permanente, en cuyo caso se puede cuestionar la identidad tanto del individuo, como de la ciudad.
Así pues, como en la normalidad a nadie se le ocurre vestir de nazareno de cola en la noche del pescaito, ni lucir un vestido de faralaes de talle bajo con volantes, un jueves santo, de igual modo, no parece razonable que alguien piense que, por bonito que quede, se deba pintar de gualda
Francisco Rodríguez Estévez
Sevilla a 9 de marzo de 2006
No hay comentarios:
Publicar un comentario