domingo, 25 de diciembre de 2011

VENTICUATRO (horas)

Felices Fiestas

La tos perruna, junto con las preocupaciones propias de todo “automono”, de los que en estos días intenta recuperar algo, un poco, si acaso, de tanto perdido, me impedían el sueño reparador necesario para enfrentarme a la dura jornada que en las previsiones cabía esperar.
Serian las dos, aun faltaban cuatro horas para que sonara el despertador, como cada día, cuando un vaso de leche caliente y una aspirina intentaban sacarme de la intranquilidad del duermevela en que me encontraba, en inútil intento por dormir, en el escaso tiempo del que aun disponía.
Justo cuando dieron las cuatro de la madrugada, y sin pegar ojo, la decisión estaba tomada temiendo que si llegara el sueño me pudiera coger precisamente en el momento de tener que levantarme.
Hacia tanto frío que ni mi perrita, siempre dispuesta a salir, no hizo nada por salir a la calle, manteniéndose enroscada en el calor de su cestita.
En la calle, ni un alma. En la placita de atrás de mi casa, mi viejo coche me espera, aun temiendo que no me arrancara a la primera con la helada que caída, la misma que le hace brillar la pintura de su deteriorada carrocería al punto de parecer más nuevo.
Un gran alivio fue al sentir rugir su magnifico motor de treinta y cuatro años. En la pequeña pantalla del reloj del cuadro indica que son las cuatro treinta y cinco.
Ningún coche me encuentro en la distancia de dos kilómetros que existen entre mi domicilio y lo de la Encarnación.
Aunque en el aparcamiento de carga y descarga solo se encuentra el automóvil del guarda de seguridad, en el mercado ya llegaron, (mas parece que no se marcharon) algunos vendedores, que ya se están reponiendo las mercancías y preparando los puestos. Por suerte el bar también está abierto, para pedir un café solo, para que la cafeína actúe impidiendo que pueda llegar el sueño perdido.
La jornada comercial, con más ruido que nueces, transcurre entre cafés, con normalidad, y las felicitaciones de los clientes se suceden. Algunos amigos, ya jubilados, pasaron a saludarme. ¡Felices Fiestas!
Llegada las tres de la tarde, como siempre, aparecieron las precipitaciones entre los que llegaron tarde, y los justos deseos de acabar la jornada de más once horas. Pero no acabaría la cosa esta vez tal como estaba prevista, donde trataríamos de comer algo en el bar, pues evidentemente no era plan de tener que hacerte de comer cuando acumulas tanto cansancio, mas por esas preocupaciones propias de los “automonos” que de un cansancio físico, aunque era evidente.
El caso es que cuando iba a proceder al cierre, bajando las persianas automáticas, estas están bloqueadas, y no hay manera. Los que tuvieron anteriores experiencias, en otros momentos no tan inoportuno, indican que hay que subir con una escalera hasta una pequeña caja en la que se libera el automatismo para que se ejecute manualmente. Mi gozo en un pozo, no hay escalera en lo de la Encarnación, el personal, está ocupado con un nuevo atasco en el Antiquarium, y los de limpieza tienen el tiempo justo para llenar los contenedores antes de que los camiones lleguen hoy, mas temprano por aquello de la fiesta.¡Felices Fiestas!
Subido a mis años, y con mi peso, en un contenedor de las basuras, manipulo el artilugio. Ni caso. Evidentemente no hay manera de que aquello baje. Son las cinco de la tarde, las cinco en punto de la tarde. En el bar los camareros se marchan pero al menos me dejan unas tapas para paliar el hambre que se ha ido con esta nueva preocupación. ¡Felices Fiestas!
A duras penas bajamos la persiana hasta la mitad, con dos días de fiesta de por medio, cuando ya no quedan vendedores en el mercado, todos se han marchado ¡Felices Fiestas! solo los operarios de la limpieza y de seguridad, ¡Felices Fiestas!
En el aparcamiento solo quedaba mi coche, que por suerte arranco a la primera, aunque por todo lo pasado como que era de temer que hubiera fallado.
De vuelta a casa, mi perrita me hace fiestas también y no para de dar vueltas para que la saque a la calle, ahora soleada, y no me quedaba otra, son algo más de las seis de la tarde. Cuando subí, aun tenia que ponerle de comer, poner la lavadora con las ropas de trabajo, tenderla, ducharme, arreglarme y vestirme para la volver a coger el coche para asistir a la cena de Nochebuena con la familia, que por costumbre comienza sobre las ocho y media. ¡Felices Fiestas!
Por suerte sobre las dos de la mañana, esta vez sin tos, y sin acordarme de las preocupaciones, me encontraba en la cama. Mañana, o pasado podremos saber como se puede abrir la persiana automática. ¿Felices Fiestas?
Sevilla a 25 de Diciembre (fun., fun., fun.) de 2012
Francisco Rodríguez Estévez

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