En el desaparecido mercado de la Encarnación quedaban
aun cuatro cuartelada, dos originales, otra, la cuartelada del pescado,
reconstruida su cubierta, y abandonada y hundida la de la verdura. Hay que
decir que siendo cuartel una especie de manzana, también llamada isla, e
incluso cuadra, como maneras de definir a estas forma agrupadas que determina
la división de los espacios urbanos, en
este caso, del interior de aquel mercado, que conservaba cuatro de las ochos
que tuvo originariamente.
En la cuartelada de
los bares, por su exterior se distribuyeron otras especies diferentes, pues por
la calle central eran de frutas y verduras, y por el resto de los lados,
mayormente carnicerías, aunque no quisiera olvidar a quien llenó sus puestos
cuando ya mayor lo convirtió en el lugar ideal para cuidar de sus perritos y de
sus muchísimos canarios.
No viene ahora recordar lo enrevesado que era el exterior de
la cuartelada de la verdura, con bar y pastelería incluidos, ni lo complicada
que resultó ser la delimitación que tenia la de la gandinga, cuando nos ocupa
la cuartelada del pescado, donde en la calle central se repartía la ocupación
exterior de la misma, tanto las tiendas de comestible, Crespo, Fuentes, y Reyes
(con su bacalao en remojo) y los mayoristas de patatas, Salmerón y Chávez.
En la travesía Central, con salida por la puerta de Neptuno,
se instaló una pescadería fuera de cuartelada, de quien seria el primer
presidente, y separando las dos puertas de esta doble entrada, un diminuto puesto
de recova.
Isabel, y Ritita, cubrían hasta la esquina la ocupación con
dos grandes mostradores, que a diario reponían
de aves sus testeros de ganchos, Luis, e Hilario. Años más tarde sería Manolito
de Pañoleta.
En la calle del Norte, acaso la mas oscura, Vargas,
transformaba la verdulería en pescadería,
y Molina se entroniza en el centro de
las diminutas puertas con escalones de entrada, siendo flanqueado por la lechería.
Trato de recordar inútilmente cuantos puestos quedaban fuera
de la cuartelada por la parte de poniente, calle sombría a la que los pilares
de recoveros menos afortunados, casi silenciosos, competía con los rojos
gresites, y modernos focos del puesto de Vallejo.
Pero en la parte izquierda de entrada a la cuartelada del
pescado, aun quiero conservar la imagen de Lucia, la pescadera a quien mi madre
confiaba el pedido por la seguridad y la confianza de la calidad que en el mármol
blanco hacia brillar la plata del pescado fresco.
Cierto es que también lo adquiría en otros puestos, pues de
siempre se hacia necesario repartir con otras opciones la compra No cabe duda
de que Lucia se llevaba la palma, y también Julia.
Lucia, tenia el
puesto fuera de cuartelada, por lo que con seguridad, y es que no me queda
memoria, debió de permanecer en ese sitio durante el tiempo que duraron las obras de
remodelación de la cubierta, en la que los pescaderos tuvieron que distribuirse
por donde pudieron en aquella para mi entrañable plaza de abastos de la Encarnación. Ni
que decir tiene el relevante papel de las mujeres en las plazas de abastos en
las que recaía todo el trabajo de las ventas,
y que tenían que conjugar con criar y educar a los hijos que le venían
al mundo, complacer al marido y atender la casa.
Al menor de sus hijos, Lucia, para recuerdo de su padre,
puso al niño el nombre de Anastasio (el testigo fiel), cosa loable pero que,
acaso en la discrepancia, también le añadieron Manuel, y de la Santísima Trinidad ,
por mas que naciera en San Bartolomé, callejón de Dos Hermanas, cerca de donde la Susona sigue siendo un
recuerdo a la traición.
Abjura veladamente Anastasio de llamarse tal como el que la
dignidad del batanero, pusieron para honra de su abuelo materno, y prefiere
Manuel, por más que la redención sea llevarle por siempre a gala para memoria
de quien le dio la vida.
Lucia era sin duda la mejor vendedora de pescado de la Encarnación , y es que
de pescado entiendo poco, pero si de cómo se vende en la plaza de abastos, y
eso se lleva hasta el final como el nombre.
Hace pocos días que la vi casualmente por la calle, y a
pesar de los años, y lo pasado, aun
conserva la belleza de su tez morena, la misma que luce su pequeño Anastasio
como legado, por lo que no me extrañaría que cualquier día de estos se pusiera
el delantal de tiras bordadas, y viniera para ayudarle, seguro que no le haría
falta ni el peso electrónico. Vamos, que sobraría nieve de media barra para
guardar el resto.
Sevilla a 19 de Octubre de 2013
(Triduo de la
Redención )
Francisco Rodríguez Estévez
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