viernes, 14 de enero de 2011

Con M de "maestro", (como Marcos)

Plaza de la Encarnación, bajo las sombras.



Desde las rejas de la ventana de forja más de un siglo de fragua filtra los sonidos de una petenera en la voz de Pastora María Pavón Cruz, la Niña de los Peines. "Quisiera yo renegar de este mundo por entero, volver de nuevo a habitar ¡mare de mi corazón! Volver de nuevo a habitar, por ver si en un mundo nuevo encontrara más verdad"

A mi espalda voy dejando millones de kilos de acero, de hormigón y de madera putrefacta. Son los níscalos gigantes de la Encarnación. La Plaza desprende olor de insulto a la ciudad y a los habitantes de los campos de concentración antiguos y modernos del extrarradio.

Los andamios darán paso a los farolillos y trajes de faralaes cuando los virreyes vayan a ser renovados. Durante siglos la historia del alma de la polis se ha ido batiendo en un juego de vencedores y vencidos entre los que destruyen y los que deconstruyen, los hijos del bien y los hijos del mal.

El final de esta Plaza emblemática siempre será incierto. Tal vez el poeta irlandés William Butler Yeats, de vivir, sabría de lo esotérico del lugar. En eso los profanos no podemos entrar. En todo caso un desasosiego me recorre el interior cuando a la sombra de las setas paso. Es un sitio en la ciudad donde las penumbras han encontrado Templo.

Los invasores de la urbe han horadado la dermis de la Encarnación y de las calles adyacentes, la han convertido en un Frankenstein neoglobal en manos de los mercaderes, que no de los placeros que todavía mantienen vivo el sueño del mercado. Son tiempos de sombras y la ciudad los vive.

Marcos González Sedano

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