Los últimos cartuchos
A falta de comerciantes con criterios
liberados, deberían de ser los antropólogos los que, una vez desmontada la
plataforma de expertos formada en defensa de la plaza de abastos los que salieran
a la palestra en de lo de
Visto que lo de la epatante cubierta con la azotea botellodromo, están a expensas de que aparezca un último milagro que las evite, o cuando menos penosamente esperar a que una vez estén realizadas comprobar directamente como si el horror, antes vacuo hizo pleno, pues para entonces acaso caigamos en la cuenta de que se necesitará algo más que suerte para que se acometa la carísima rectificación de valor doble, la de derribar y construir, aunque fuera tan solo con un poco de sensatez.
Salvada la Hispalis en la medida que permitieron las descomunales zapatas y los “respetuosos” pilotes, lo que haya, lo que quede, se recompondrá de la mejor manera posible, pues siempre será mejor un poco de historia desubicada que los atascos de un frustrado aparcamiento, por mas que alguno hiciera falta, mas cuando lo de la estación del metro pasó a la historia, y lo del metro centro es otra, por ser entregas imposibles
Nadie parece interesado en dar una solución a los “pobresitos placeros” ( supervivientes en ese ergástulo provisional), llevados a ese mercado dedalitos que se ha diseñado para lo que debería de ser el mercado central de esta ciudad, por su enclave y por su historia, y también por la relevancia que durante casi dos siglos de su existencia tanto protagonismo ha tenido, incluso en los peores momentos de provisionalidad eterna, para el desarrollo comercial y económico de la ciudad, y de este centro que se peatonaliza, pero que se muere, tal vez por no querer ver, o por no advertir la importancia que las plazas de abastos, al menos antropológicamente, tienen para la ciudad.
Francisco Rodríguez Estévez
Sevilla a 2 de Abril de 2006
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