viernes, 11 de septiembre de 2015

Resultado de imagen de torres gemelas
Aquel día

Muy temprano, cuando la fresca de este Otoño que esperamos caliente, serian poco mas de las siete de la mañana, que inesperadamente llegaron una cuadrilla de varios operarios al solar de lo de la Encarnación con disposición de llevar a cabo algún trabajo. Poco mas tarde, con la llegada del camión empezaría todo, y esta vez  aquello parecía indicar que iba en serio.
En la enorme herida a Cielo abierto, una cuadricula había alcanzado, descendiendo a los estratos de la Colonia, topar con la arcilla de unos ladrillos alineados para confirmar la existencia del pasado imperial de una anterior Encarnación. Roma existe.
En la abandonada zanja que, de oriente a poniente, llegó a dividir el gran espacio vacío del que fuera el gran mercado de Sevilla, y nada menos que convertido en cocheras de Tussam, y aparcamiento previo pago, apenas quedaba nada de lo que hubo en su interior, donde en la feraz tierra revuelta hizo crecer una gran cantidad de árboles y arbustos, que llegaron a destrozar la cubierta que, como improvisado vivero, fue la estancia en la que germinaría el “antiquarium”, cuando lo previsto era un mega aparcamiento.
En la puerta de Neptuno una “sombrilla china”, crece espontáneamente alcanzando los doce metros de altura. Crecer, para morir.
Todo parece que indicar que aquello está siendo una baza bien jugada por quienes guardaron este as en el cajón de la Gerencia, y que  nada impedirá llevarlo a cabo. La equivocación está servida.
Ni el fuego, de un incendiario susto por la quema de los rastrojos acumulado por los años hace mella. Fue una suerte que el viento de Levante alejara la furia de Hefestos de los depósitos de gasolina de los coches que a las sombras de las acacias hacían guardia, como vigilantes, en los límites del perímetro.
En la “casa de la Felicidad”, de turbante y noria, de azotea y arrayanes, desaparecida en su combate con la Historia, por más que fuera evaluada como de gran valor, la indigencia tuvo montada su chabola con onduladas chapas.
La mañana avanza. Son varios los portes que llevan dado los camiones, que en continuo trasiego, están siendo cargados con una pequeña retroexcavadora, cuando a llegado el tiempo de reponer fuerzas y en la media mañana ya se deja ver los efectos del trabajo los troncos de los jóvenes árboles que forman la jungla espontánea, en lo que fuera palacio y convento, y que  están siendo talados.
Con paso de las horas ha subido la temperatura, y en uno de los camiones se depositan las herramientas, todo hace indicar que ha concluido en este día que será recordado por el mundo entero, la primera jornada de limpieza esta fase preparatoria para alcanzar las cotas subterráneas que puedan albergar las cuatro plantas de aparcamientos previstas y  que tan importante deben de ser para que la quinta pueda albergar en el hipogeo comercial de la galería que se empeñan en llamar mercado municipal, pueda resultar ( según las cuentas que hacen) a costo cero. Los placeros aplauden efusivamente la magnífica idea de enterrarse en los sótanos. El tiempo dice que aplauden todo.
Acabada la jornada, vuelvo a casa en mi coche, ese que ya no me puede llevar a mi trabajo cada día por aquello de las restricciones y las prohibiciones, motivo por el cual me obligan, a mis años, a caminar, ante la falta de un servicio público, un largo trecho, para bajar un colesterol que no aparece en la analítica.
El televisor está frente a la mesa en la que me dispongo a comer, son patatas en amarillo con carne de ternera, gambas fritas, ensalada de lechuga, y melón de postre, lo recuerdo como si fuera hoy, y hace nueve años, mientras me bebo la cerveza. Algo pasa que no sé qué es lo que es pues no acierto en ello, las imágenes muestran que sale humo de una de las torres gemelas de Nueva York, y no pienso en nada,  en tráiler, continúo comiendo, y me parece ver que un avión choca con la otra torre.
 Parece mentira, pero han pasado nueve años, y es posible que el próximo, hasta pueda acabarse lo de la Encarnación, si es que al reverendo de los cojones no se lo ocurre quemar los libros, que si tienen que arder libros, que sean los de cuentas.
Sevilla a 11 de Septiembre de 2010

Francisco Rodríguez

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