Muy temprano, cuando la fresca de este Otoño que esperamos
caliente, serian poco mas de las siete de la mañana, que inesperadamente
llegaron una cuadrilla de varios operarios al solar de lo de la Encarnación con
disposición de llevar a cabo algún trabajo. Poco mas tarde, con la llegada del camión
empezaría todo, y esta vez aquello
parecía indicar que iba en serio.
En la enorme herida a Cielo abierto, una cuadricula había
alcanzado, descendiendo a los estratos de la Colonia , topar con la arcilla de unos ladrillos
alineados para confirmar la existencia del pasado imperial de una anterior Encarnación.
Roma existe.
En la abandonada zanja que, de oriente a poniente, llegó a
dividir el gran espacio vacío del que fuera el gran mercado de Sevilla, y nada
menos que convertido en cocheras de Tussam, y aparcamiento previo pago, apenas
quedaba nada de lo que hubo en su interior, donde en la feraz tierra revuelta
hizo crecer una gran cantidad de árboles y arbustos, que llegaron a destrozar
la cubierta que, como improvisado vivero, fue la estancia en la que germinaría
el “antiquarium”, cuando lo previsto era un mega aparcamiento.
En la puerta de Neptuno una “sombrilla china”, crece
espontáneamente alcanzando los doce metros de altura. Crecer, para morir.
Todo parece que indicar que aquello está siendo una baza
bien jugada por quienes guardaron este as en el cajón de la Gerencia , y que nada impedirá llevarlo a cabo. La equivocación
está servida.
Ni el fuego, de un incendiario susto por la quema de los
rastrojos acumulado por los años hace mella. Fue una suerte que el viento de
Levante alejara la furia de Hefestos de los depósitos de gasolina de los coches
que a las sombras de las acacias hacían guardia, como vigilantes, en los límites
del perímetro.
En la “casa de la Felicidad ”, de turbante y noria, de azotea y
arrayanes, desaparecida en su combate con la Historia , por más que fuera
evaluada como de gran valor, la indigencia tuvo montada su chabola con
onduladas chapas.
La mañana avanza. Son varios los portes que llevan dado los
camiones, que en continuo trasiego, están siendo cargados con una pequeña
retroexcavadora, cuando a llegado el tiempo de reponer fuerzas y en la media
mañana ya se deja ver los efectos del trabajo los troncos de los jóvenes árboles
que forman la jungla espontánea, en lo que fuera palacio y convento, y que están siendo talados.
Con paso de las horas ha subido la temperatura, y en uno de
los camiones se depositan las herramientas, todo hace indicar que ha concluido
en este día que será recordado por el mundo entero, la primera jornada de
limpieza esta fase preparatoria para alcanzar las cotas subterráneas que puedan
albergar las cuatro plantas de aparcamientos previstas y que tan importante deben de ser para que la
quinta pueda albergar en el hipogeo comercial de la galería que se empeñan en
llamar mercado municipal, pueda resultar ( según las cuentas que hacen) a costo
cero. Los placeros aplauden efusivamente la magnífica idea de enterrarse en los
sótanos. El tiempo dice que aplauden todo.
Acabada la jornada, vuelvo a casa en mi coche, ese que ya no
me puede llevar a mi trabajo cada día por aquello de las restricciones y las
prohibiciones, motivo por el cual me obligan, a mis años, a caminar, ante la
falta de un servicio público, un largo trecho, para bajar un colesterol que no
aparece en la analítica.
El televisor está frente a la mesa en la que me dispongo a
comer, son patatas en amarillo con carne de ternera, gambas fritas, ensalada de
lechuga, y melón de postre, lo recuerdo como si fuera hoy, y hace nueve años, mientras
me bebo la cerveza. Algo pasa que no sé qué es lo que es pues no acierto en
ello, las imágenes muestran que sale humo de una de las torres gemelas de Nueva
York, y no pienso en nada, en tráiler, continúo
comiendo, y me parece ver que un avión choca con la otra torre.
Parece mentira, pero
han pasado nueve años, y es posible que el próximo, hasta pueda acabarse lo de la Encarnación , si es que
al reverendo de los cojones no se lo ocurre quemar los libros, que si tienen
que arder libros, que sean los de cuentas.
Sevilla a 11 de Septiembre de 2010
Francisco Rodríguez
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