miércoles, 27 de febrero de 2008

Rosario en la Encarnacion(ora pro nobis)

Por la Encarnación

Con los revuelos de relojes midiendo tiempos de vendavales, se pudo ver como la saeta quedó detenida marcando el rumbo de una calida brisa para hacer, del crudo invierno de cortos días, que este se vuelva primavera, cuando llega este ventoso mes, con una semana única y diferente de días interminables y horas sin medida. Se mire, como se mire.
Este año nos trae dos nuevas miradas, y las dos son de esperanza. Dos miradas, que vienen para asomarse a esta ciudad, a la que conocen sobradamente, con el fin de que podamos admirar en sus ojos el dulce verdor de un inmenso mar de lagrimas contenidas que, siendo llanto, y consuelo en el sufrir, en esta ocasión tiene que ser de alegría para todos. Si bien es verdad, que brotaran con mas fuerzas, en aquellos que bajo los antifaces, solo se les puede intuir.
Tiene la ciudad ese misterio cuando, en la transformación anual que marca el azahar y la Luna de Parasceve, hasta los agnósticos confesos se visten con ruanes negros.
Todos sabemos cual es nuestro lugar en este tiempo penitencial. Desde hace muchos años cuelgan detrás de la puerta del dormitorio, dos túnicas envueltas en sudarios de plásticos, una blanca de silencio y amargura, la otra verde de esperanza. Tres medallas cuelgan en sus cordones del cabecero de la cama, dos, son verdes, enlazadas con un nudo de larga madrugada, como la mirada de la dolorosa que, con la advocación del Rosario, se une a Macarena y Monte-Sion, el otro rojo sacramental, de un desprecio incontestable.
Desde hace más de cuarenta años, ocupo el mismo sitio penitencial. Allí me encuentro, para encontrarles. Allí me siento, para sentirles. Allí soy penitente sin luz, penitente sin cruz, penitente que busca los caminos para llegar puntualmente a la cita, acelerando los pulsos y los pasos. Es lo que tiene esta pasión que se sufre y se ama, que agota y se desea, que exige este sacrificio, que no es tal, siendo causa de esa alegría que espero disfrutar por muchos años, si Dios lo quiere, y que el cuerpo lo aguante.
Este Lunes Santo, cuando los corazones se desboquen en el “polingano”, me encontraré en esa Encarnación que llamo de mis carnes, pensando en el camino de ida, y en el de vuelta, para coincidir en esa Campana inicial que buscan, por los caminos de la Encarnación, para que, entre las eneas de espacios vacíos, se encuentren con esta mirada desesperanzada, que les está esperando.
De regreso, siguiendo el camino macareno llegaran a la Encarnación. Será el punto para volver a ver en el brillo del mar en sus ojos, y con toda seguridad afloraran esas lágrimas imposibles de evitar en el adiós de la despedida. Allí, en esa Encarnación, donde gira la sierpe de luces que forman mis hermanos del blanco silencio. Donde la Amargura, no quiere ni escuchar a Juan, al ver aquello. Encarnación de misterios, convertida en bifurcación de Rosarios. Rosario de Oración, que siguiendo la estela de plumas blancas que dejaron los armaos, en su cara refleja cuanto dolor le produce ver esa plaza, antes de volver a su calle Feria, y Rosario que en el mirar de sus ojos verdes, Rosario del Rescatado, dejando la Encarnación le cambiará su dolor, al no quedarle más llanto, regresará a San Pablo.
Sevilla a 27 de Febrero de 2008-
Francisco Rodríguez Estévez

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