martes, 26 de febrero de 2008

Una jornada hospitalaria

Por cambiar

Después del día perdido, muchas personas, especialmente las cercanas, al saber que había acudido a la consulta del especialista, me preguntaron por el estado de esa articulación que tengo dañada por una lesión producida en el mes de Abril del pasado año. Cuando les cuento lo acontecido, me animan a que lo escriba, aunque no se que efecto tendría esta, ni tan siquiera de que podría servir. La respuesta que me ofreció el mejor argumento para hacerlo, fue aquella que me dio el motivo. Cambiar del tema que, tantas me ocuparon, sobre esa Encarnación que me duele, si cabe más, por lo años de padecerla, que ni el doctor tiene el diagnostico claro.
Acudí a la consulta, después de siete meses de espera, y con cuatro aplazamientos por desconocidas causas, el día indicado en la cita, al objeto de ser “visto” por el especialista. A la 9.30, llegué al Macarena, y cinco minutos más tarde tenia depositada esta en el buzón previsto al efecto. Justo a las 10.10, suena mi nombre de viva voz por los pasillos, me dirijo a la persona que continuaba llamándome con insistencia, y que al parecer no advirtió la señal de mi brazo levantado. La acompaño a un despacho, y me conduce en presencia de una joven tras una pantalla de ordenador, y espero que termine de atender a la persona que me antecedía.
Unos minutos después, me pregunta por mi nombre, que teclea en su ordenador, y me hace llegar la noticia de que no tengo cita, pues por unos desajustes, esta se pospone para finales del mes de Abril, justo un año después de ocurrida la lesión, a esto, en un pequeño papelito de publicidad medicinal me anota la nueva fecha, que me entrega con los cinco volantes que le había mostrado junto con mi indignación.
Pregunto donde me puedo dirigir para expresar el malestar del momento, y animándome a ello me remite a Dirección. Llego al supuesto sitio, pues resulta que allí me indican que no es, pero me dicen que puedo preguntar dos puertas más adelante. 11 de la mañana, después de explicar lo que sucedía, me sugieren que baje a atención al usuario. Cerrado. Dos puertas mas al fondo, llamo, y pregunto, nadie sabe nada, explico el recorrido hasta el momento realizado y mira por donde, me aconsejan que salga al edificio exterior y pregunte por la doctora Tal.
Al llegar una enorme cola aguarda, paso a formar parte de la fila, 11.15 Llego al mostrador pregunto por la doctora. Nadie la conoce, explico nuevamente aquello que me trae, y los distintos pasos de desorientación que llevo dados en estas dos horas hospitalarias. Tratándome de ayudar me indica siga el pasillo de la derecha, al final a la izquierda, pregunte por alguien. Final del pasillo de la derecha, a la izquierda. Unos cien pacientes esperan, pregunto a una personas de esas que vestidas de verde pululan de un lado para otro continuamente, y que resulta no pertenecer a este área, pero me dice algo que ya había advertido, que aquel no era el lugar, pues claramente en la puerta se podía leer extracciones. Vuelvo al mostrador. 11.30, ahora resulta que era al final del pasillo de la derecha, a la derecha, puerta de la izquierda. Allá que vamos. Cerrada. Dos puertas más adelante una pequeña cola de descontentos, realizan airados comentarios. Aquí debe de ser. Justo a las 12, entro, precisamente cuando una de las dos “señoritas” abandona su mesa y la otra continua una llamada telefónica en su móvil, aguardo a que la concluya. Vuelta a explicar todo el proceso, y nada, me remite a la puerta cerrada, aconsejándome que permanezca junto a ella esperando a la incorporación al trabajo de la persona que debe de atenderme. Cinco minutos más tarde llega. Me hace pasar. Vuelta a explicar, No tiene un medico disponible, teclea varias veces y nada, al parecer la “notita” para finales de Abril es la única posibilidad que tengo para que la deformada articulación sea “vista” por un especialista es esa, es lo que hay, un año después de producirse la lesión. Le pregunto cual es su trabajo en esa pequeña oficina llena de papeles. Cuando le oí decir que “era comerse marrones” la compadecí. Sigue buscando en el ordenador, y me indica que si me viene bien por la tarde, le digo mucho mejor, así no perderé otro día de trabajo pues mi jornada termina a las 3. Bien, para primeros de Abril. Imprime una cita y me la entrega, algo es algo. Después de cuatro horas, abandono el hospital. Puedo asegurarle que hasta se me pasó con tantos paseos, el enorme enfado que aquello me produjo. Esperemos que el especialista no me diga que por que no ha venido usted antes.
Sevilla a 24 de Febrero de 2008
Francisco Rodríguez Estevez

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