miércoles, 6 de febrero de 2008

UN NUMERO PARA EL DESTINO

El ocho
Ahora todos sabemos lo que es un ocho, gracias a la cuatro. Los concursantes realizan sus números, en ruedas de ocho para marcar los pasos de baile, como las bulerías, un dos tres, un dos tres, siete ocho, nueve y diez, un, dos.
El ocho en la Encarnación, aunque rueda, no deja de ser un enigma buscando su revelación desesperadamente.
Parecía que el misterio tendría en esta ocasión un final feliz, pues siempre acaba de forma trágica, y a nada que se realizara la entrega de los regalos mágicos, Enero, el de las rebajas, trajo además, una demora increíble de dos años para hacer buena la preedición del santero cubano, que después de dieciséis largos años se mantiene vigente.
Ocurrió en el 92, y su pronóstico fue que, hasta el ocho, no se resolvería este asunto de lo de la Encarnación. Ahora, cabe pensar en dos posibilidades, una que tenga el dramático final previsto, como si de nuevo Barrabás saliera indemne, y la otra que la sentencia no pase de la Encarnación, y por esta vez actúe sin tanto lavado.
Ha tenido que ser este Miércoles de ceniza, marca de salida que prepara el camino para estas pasiones que a tantos nos identifica con Dimas y Gesta, la que desde donde las torres grandes cayeron, y moma no es la pareja del momo por muy dios de carnaval que sea, vino de nuevo el terrible pronostico del ocho.
Ocho de la Encarnación, un doble cero en equilibrio de “porté”. Dos bocas, dos estomas insaciables, la de arriba al carecer de cerebro habla sin pensar, la de abajo, digiere lo que engulle. Ocho de madeja, año ocho.
El cubano era hombre santo, el neoyorquino, filosofo. El primero vestía de blanco, el segundo lo hizo de verde, gorra verde, suéter verde, verde esperanza, como la energía verde que se exporta, energía ecológica, de vanguardias.
El negro transmitía en su ocho el poder de la esperanza para esta Encarnación desperanzada, el blanco, interpreta en el suyo tumbado, acostado, que asemeja unas gafas progresivas, unas lentes para ver el símbolo de lo infinito, lo inalcanzable.
El gigantón de ébano, con el extraño nombre de Remedios, reveló la simbología del ocho, como la resucitación de lo muerto. Con su macilenta figura, de palidez ebúrnea, este pensador, lo hace con un poema extraído de uno de sus libros, poema del ocho, del ocho durmiente del bosque, bosque talado, bosque de maderas imposibles.
Dos bocas, una hambrienta por la pobreza que impera en la perla caribeña, ora. La otra que solo piensa, se llama Gabriel, como arcángel anunciador, saciado, harto, de caprichos imperialistas, escribe en esta inspiradora ciudad una obra literaria ambientada en estos pagos y cuyo protagonista es un personaje aprovechado, todo un tipo. Tipo, tipo, pito, pito, , y es que acaso nunca podremos salir de este carnaval.
Francisco Rodríguez Estévez
Sevilla a 6 de Febrero de 2008-
Miércoles de Cenizas

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