Todos aguardamos, a que llegue el día del sorteo para
recibir a las fiestas navideñas, aunque se empeñen en hacer estas fiestas motivo de consumo y desde el pasado
Noviembre no paren de decirnos que ha
llegado.
El preludio de esta fiesta viene marcado por el anuncio del
dogma de esta mariana ciudad a la más inmaculada de las doncellas. La octava de
la Purísima.
Con baile de seises y canto de tunas, nos avisan de este
tiempo que culmina con la magia de los reyes y acaba con los bolsillos vacíos.
Todos esperamos el sorteo con la ilusión de que una bola coincida con la
numeración de nuestras participaciones, por eso miramos absortos y casi
mareados, escuchando el soniquete
repetitivo y cansino, el rodar de los bombos con expectación.
Nos llega en estas fiestas, María llena de gracia,
expectante y esperanzada ofreciéndonos su mediación, premio mayor de todos los
sevillanos, por lo que nos solemos conformar, con los humos de los puestos de
vendedores de castañas y con las luces multicolores que adornan las calles,
porque es a partir de este día de Esperanza que todo tiene el verdadero sentido, pues con ella nos
llega un tiempo de verdad entrañable, la espera, la llegada del Hijo de Dios
que comenzó con la Encarnación del verbo en sus divinas entrañas.
Un invierno mas, este tiempo de adviento de alegría, me llega en la sórdida provisionalidad del mercado de la Encarnación, con su solar
más sangrante y herido que nunca, y que a pesar de tanto sufrimiento y
vejación, aun aguarda esperanzado que
cambie su suerte, aunque la verdad lleva pocos números en este sorteo.
Dicen que para eso solo hace falta uno del bombo, en este
caso tendrá que ser de un juego limpio, y que tenga la suerte de sacarlo, como
Dios manda. ¡Claro!
Sevilla a 7 de Diciembre de 2003
Francisco Rodríguez Estévez
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