jueves, 24 de mayo de 2012

Uno de tantos




Estaba a punto de desistir, después de muchos envíos, cuando en 1981, me publicaron por primera vez una carta en el periódico. Confieso que tan aburrido estaba de mandar cartas, de las de sello, que se me pasaba por la cabeza que esta sección fuera algo inacesible, pues no llegaba a entender que en aquella fecha lo de la Encarnación no interesara, pues ni los profesionales le dedicaban una sola palabra al asunto.

Nunca pude pensar que treinta años después seguiría escribiendo acerca de lo que fue, de lo que hicieron, de lo que es, y de lo que pudo haber sido.

Evidentemente lo que hay, puede gustar, o no, pero mas parece que sea algo efímero, que no duradero, pues no tiene todos los indicadores que se le presume a un proyecto de los de toda la vida, cuando se dice de este, con sus probaturas, que no tiene antecedentes edificativos.

Sabido es que teniéndose por imposible de ejecución, se tuvo, además de inutilizar el puente por seguridad, bajar la altura, e incluso tuvieron que inventarle el pegamento, por lo que no existen referencias suficientes sobre la conducta de los materiales aplicados, ni su comportamiento en el tiempo, y para nada en los extremos climatológicos de esta ciudad, salvo pruebas en laboratorios.

Después de treinta y un año, debería de haber puesto fin a esta historia de la Encarnación, refiriéndome siempre a la plaza de abastos, por mas que tan travestida ni lo parece, pero se me hace imposible, ( tal como era hacer las setas) y tengo que inventar el “pegamento” que me permite seguir escribiendo tanto, otro mas, para que cuando el lector tenga ocasión de visitar este lugar, y por curiosidad pueda comprobar, por si mismo, cuantos errores sea capaz de descubrir, será como un juego, una gymkhana a los visitantes, un recorrido por el disparatado diseño de la distribución de los puestos, donde mas hace que parezca laberinto, que no mercado.

Peor le llevará a encontrar sentido a las puertas, aleatoriamente dispuestas, por lo que con seguridad no encontrará la puerta que busca, sencillamente por que no la pusieron, y entonces, pasara a ser uno mas de tantos, otro mas, de los que cada día caen incautamente en la barreduela de cristal que se inventó el arquitecto sin saber bien para que podía servir, aparte de que, por su ocurrencia, le rieran la gracia.

Sevilla a 24 de Mayo de 2012

Francisco Rodríguez Estévez



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