jueves, 5 de abril de 2012

Un lugar

En Campana

En el reducido espacio en el que un ser humano puede asentar el final de la espalda, cada año lo hacen varios cientos de personas en Campana. Insigne devotionis.
Allí espero seguir mirando todo cuanto aun me queda por admirar, por descubrir, en el transitar de las cofradías, cada año tan distintas, pareciendo iguales, que faltarían varias vidas para no llegar a completar nunca en el conocimiento de lo que allí acontece en un tiempo, sin tiempo, que lo marca la cruz del Amor, como inico, y concluye en el preste de la Aurora, que inicia de nuevo, el nuevo tiempo.
El nazarenillo, se detiene justo delante, forma parte del cortejo de la Piedad baratillera, y no tiene caramelo.
Apenas le puedo calcular, por la voz que sale del antifaz azul que cubre su rostro, que pueda tener seis años. Porta un cirio encendido que le sobrepasa su talla. Es hermano de luz. En el bolsillo guardo un buen puñado de los que con seguridad fueron recogidos de la dulce lluvia del cinco de Enero, que me fueron entregando los “penitentes” que le precedieron. Esta visto que por el Arenal no hay chivatos.
Cuando le muestro un par de ellos, por si los quiere recibir, me alarga su mano y hacemos un canje, mano a mano torera, me entrega una estampa de la Caridad, y toma los caramelos. Le prometo que al año que viene si volvemos ha coincidir donde nos encontramos, le tendré preparado un regalito de “durse”.
Ante mi sorpresa me dice que el no saldrá el año que viene de nazareno, y la explicación es que siempre se pone malo, y que este año es la primera vez que sale de nazareno. Su ingenuidad e inocencia me mantiene informado de que este año el que se encuentra malito es su hermano, y que el año pasado le operaron de apendicitis, por lo que cae en la cuenta que algo le pasara el año que viene.
Atento a sus educadas palabras, y testigo de las mismas, un nazareno,( tal vez nazarena) que parece ser familiar cercano, (me inclino por que pudiera ser su tía) le achucha contra su tunica con un cariño que expresa sin palabras la profunda interrelación que entre ambos existe.
La comitiva se pone en marcha, y le despido con un hasta el año que viene manteniéndole mi promesa, el chiquillo se encoge de hombros, con la madurez de quien está convencido de que no puede predecir el futuro, y emprendiendo el camino se despide con un leve movimiento de mano, un adiós que me hace pensar que será para siempre, pues estos recuerdos suelen perdurar durante toda la vida.
El pequeño penitente posiblemente me recordara como alguien que le entrego unos caramelos en la Campana, justo el primer año en el que pudo salir de nazareno, pues ese año, por suerte, pudo salir por cuanto que no se puso malo, y el miércoles santo, tampoco.
Sevilla 4 de A Bril de 2012
Francisco Rodriguez

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