lunes, 29 de junio de 2020

El verano de mascaras


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El verano de la mascara

Tal que fuera carnaval diariamente me tapo la mitad de la cara, al punto de que puedo estar irreconocible, es algo que soporto por mi bien y por el de todos, según  creo es el mejor sistema de evitar una propagación que se lleva vidas por delante, tal  como las cuentan esta tarde de calor  insoportable como el respirar durante horas con la mascarilla puesta.
Hablan de personas, de miles de personas que se llevó la pandemia, en su mayor parte mayores, y en gran número asiladas o recogidas en residencias aun teniendo familia, que por mil motivos no les pudieron atender, en su casa, que es donde deben de permanecer los abuelos hasta el último momento. Lo cierto es que a partir de cierta edad se piensa que de no ser por cuanto ayuda la ancianidad en la economía familiar, serian “vistos” como estorbo. En otros casos basta participar en el costo y se quita el “problema”.
La tertulia pone de relieve que en algunos casos fatales, los familiares visitadores, advertían que algo no iba bien, en algunos casos trataron de hacer lo que ni estaba en sus manos por arrebatar  al virus la victima que inocentemente había sido contagiada sin saber de qué.
El calor me hace volver a escribir lo de la Encarnación bajo setas, y es que en este tiempo de mascaras permanecer allí ya se hace difícil resistir, y todos los pronósticos no aparecen favorables. De todas maneras esto que se advierte no es una situación sobrevenida de pronto, como le vino la primera tos al residente pensando que había cogido frio, desde hace muchos años la decadencia se ceba sobe los pobrecitos placeros, y aun en la soledad que padecen, que nada tiene que ver con la mascarilla, ni con las desinfecciones semanales, ni con la desinsectación de posibles plagas, el silencio deja ver lo que no se escucha.
Cuenta el nieto de un fallecido, que su abuelo no imaginaba que pudiera tener un final de desolación, y ni el mismo, salvo cuando era evidente que de allí no se podía salir.
Siempre cuando escucho estas historias asocio mis ideas a los pobrecitos placeros y al fanal en el que nadie hace nada, donde ni ellos mismos saben que la tos es un síntoma, un aviso de algo que puede tratarse en los primeros estadios, pero en los finales se hace irreversible.

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Esta calor me hace recordar la frase del doctor a los medios, sobre lo de la Encarnacion, “esto no se explica porque no se entendería”. Pues eso.

Sevilla a 29 de Junio de 2020
Francisco Rodrioguez

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