miércoles, 19 de marzo de 2008

UN TOQUE DE DISTINCION

Una de romanos
Tiene su cosa, su “age”, decirle a los romanos “armaos”. Reminiscencias hispalenses. En Roma, desde hace unos días una disposición del alcalde, al “armao” que se acomode sus atributos, se le caen las plumas.
Se dice, que la Betica se dejó conquistar para dominar el cotarro, no en vano, esta se hizo colonia para enviarle emperadores al Imperio, nada menos que para solucionar la economía, y con esta gracia propia de la tierra, se inventaron toda clase reglamentos recaudatorios.
Parece que no, pero es cosa tan cierta, como sorprendente, que en la Roma eterna, la que como esplendor del pasado muestra al mundo sus entrañas,( de la misma forma que la pequeña Julia esconde inexplicablemente las suyas de cuando fue parte de aquella, antes que mercado), donde todo parecía inventado, nada menos que las vanguardias de estos nuevos tiempos, que hace setas, como quien hace en sus luces oes con un canuto, ha tenido una ocurrencia tan propia de esta latitud y que afortunadamente no se trata de hacer un hotel en el Coliseo, si no que se han propuesto de acabar con algunas cosillas del pasado, por supuesto que para nada abolir aquellas que salieron de las plumas de aquellos mandamases paisanos.
Pero, al ser algo rompedor, de las vanguardias, y como tal cosa, incluso peores, es algo a lo que aquí nos estamos acostumbrando, lo novedoso de esta ultima tontería de la municipalidad, romana por supuesto, estriba en hacerlo obligatorio, como en el tiempo de los circos, y regularlo por un reglamento sacado de la mismísima pluma del avestruz, y no por capricho, al hispalense modo.
Doscientos euros, cien por pieza, es el importe de multa que le será impuesta al varón, (pues no se contempla eso de la paridad en cuestión de arrasques y cuelgues), al que se le ocurra en plena calle acomodar la bolsa, torcer el báculo en una mejor disposición, camuflar los atributos de su “armadura”, y tenga la mala suerte de que sea observado por un agente de la autoridad.
Las manos lejos del poder. Lo que no se sabe es que si el poder, ese que parece que no se cansa de tocarnos las bolsas, y lo que no son, unas para vaciarlas, y para hincharnos las otras, por semejantes actos, propios de la costumbre romana cuando, al ver pasar ese ultimo coche que todos tenemos que tomar, cierran en su puño el apéndice y lo que cuelga. Y mira por donde los prebostes se van de rositas.
Francisco Rodríguez Estévez
Sevilla 19 de Marzo de 2008

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