domingo, 30 de marzo de 2008

Con el paso del tiempo (Hace un año)

En otras encarnaciones



Algo de mala suerte tuvo que haber de por medio, para que se dieran todos esos condicionantes cuyos resultados, vítores de la turbamulta, puedan aparecer ciertos por irreales. Pero es evidente que son, los que son.

A pesar del éxito divulgado, por la difusión y propaganda de sus aparentes bondades, que el tiempo dictaminará, es incluso hasta posible que acabe siéndolo, pero no era este el final soñado, ni mucho menos el mejor para una plaza de abastos que desaparece engullida por las modernidades, pero es evidente que si dejas que te construyan los sueños, también te lo acabaran como quieran.

Al menos, quedaran en muchas memorias, y en las hemerotecas, guardado un recuerdo de larga vida, en la que se encontrará esta historia de la A a la Zeta, donde los infortunios tuvieron un principal protagonismo, pero que además, fueron perfectamente secundados por los silencios del respetable, que según dicen, es ganarse al publico.

Paginas en las que quedaran almacenadas las luces y las sombras, los recesos y las aceleraciones, los aplausos, las broncas, las mil promesas electorales, junto a los presos silencios. Ocho lustros de cooperativismo, cuarenta años, para cuarenta puestos, tanto tiempo, para tan poco. Al menos, los pocos que consigan llegar, tendrán la oportunidad de hacer las valoraciones.

Pero en ellas quedará evidente que, cuando se altera el orden de los productos, si no es matemáticas, siempre aparece entre administradores y administrados una contienda, que no debería de existir, pues si la razón de estos están en el poder de la palabra, como única fuerza, que pueden hacer, cuando en aquellos, se instala la fuerza del poder, y no hay palabra, ni razón, que valga.

Queda claro que es cómodo situarse en el estandarte del silencio, todo un valor reconocido, para que el cesante se integre en una masa moldeable, peor se lleva lo contrario, que además de incomodo parece estar mal visto, diríase que se trata de una deslealtad, por lo que depreciada y sin más respaldo que el de una sonrisa de simpatía, o lo que es peor, que solo aparezca un beneplácito confidencial, y unos animosos consejos. Es lo que hay.

Posiblemente deben ser los temores, que aun no se ahuyentaron, del tiempo de los miedos, los que tienen en sus silencios los sustos del por si acaso.

El desolador resultado, de vuelta al ayer, hace que medite una retirada temporal a los cuarteles de invierno, para restañar la deteriorada coraza, y darle tregua al quebrantado corazón, para reponer fuerzas, pues quedaran muchas encarnaciones a las que espero que en compañía, aunque seamos pocos, trataremos de que en alguna ondee una guirnalda de sentido común.



Francisco Rodríguez Estévez

28 de Marzo de 2007

(Dia de la presentacion de las setas, aplausos)

viernes, 28 de marzo de 2008

COSA DE LOS IDUS

Cuando la verdad escuece

Se escapaba. Se nos iba de rositas este mes, el del los “idus”. Con eso de tantas pascuas y pregones como que se nos pasaba en blanco, como con un amago de amargo silencio blanco, casi de penitencias. Tal vez por eso de que, por atípico, fuera que salió raro de solemnidad, tanto, que mas parecía “ido”, como si de un “febrerillo” se tratara, y que incluso trajo un temprano azahar junto a calidas noches, siendo invierno, antes de anunciar la llegada de la primavera, y con esta, en su locura, cambiando el viento por agua, dejó caer para el estropicio una lluvia tan deseada como insuficiente, tan esperada, como inoportuna.
Así, cuando parecía que, aparte de sacar en los medios la misma foto, idéntica a la del pasado año, para repetir la misma secuencia, como si el tiempo estuviera detenido en la Encarnación, y volver a contemplar al gran banquete, con el desgraciado fondo de esa cosa, oportunamente, se vuelve a escribir unas líneas sobre lo de esta plaza de abastos de la Encarnación, cuando parecía que nadie se acordaba de ella.
Son los empresarios sevillanos, los que indican, entre otras situaciones, el hecho de lo de esta Encarnación, a la que dos años más de demora, (se dijo por seguridad) nadie tuviera responsabilidad sobre lo que allí acontece, y que por los medios sabemos que no ha gustado, cuando se contesta con los argumentos coletillas del aquello de épocas pasadas, a la socorrida sensibilidad, y a sistemático arabesco de los análisis profundos.
Nada mas convincente, que la responsabilidad, en esto de la Encarnación, explicara con la transparencia de la época actual, la actuación de lo llevado a cabo, con sus costos actualizados y sus atrasos, naturalmente más que justificados por la cosa de la seguridad, transmitiera la sensibilidad con la que han tratado este céntrico enclave, a las sevillanas y sevillanos, para que se nos ponga la carne de gallina, y traduzca el reflexivo y profundo análisis realizado, a los vendedores del mercado, al menos para que puedan saber si a ellos le salen también las cuentas que le hacen.
Antes de que los chaparrones de aguas mil lleguen, el de los idus, al menos, vació el jarro de agua, y todo parece indicar, que estaba fría. Y a eso no hay ningun dios que se acostumbre, y menos que le caiga bien.
Sevilla a 28 de Marzo de 2008
Francisco Rodríguez Estévez

miércoles, 26 de marzo de 2008

DE LO DE LA ENERGIA RENOVABLE(por el 2007)

Cumplir o no cumplir



Sin velas negras, sin velas de colores que alumbren la tarta, sin votos en contra y sin abstenciones, unánimemente es aprobada la Ley de Fomento de las Energías Renovables y del Ahorro y la Eficacia Energética, FERAEE, que así se llama esta que obligará a instalar los olvidados sistemas solares térmicos en los parasoles. Lo de la estación del metro en el metropol quedará para otra ocasión.

Al menos, está anunciado que en breve todos podremos ver como el primer parasol lo llena todo de sombra, pues la permanente vela de chapas tiene prevista su izada a final de mes, como el cambio de hora para el ahorro energético. ¡Currito dale al botoncito!

Ni que decir que las primeras consecuencias se advertirán de inmediato, puesto que en los amaneceres modificaran su rumbo los rayos solares (que de siempre se escaparon buscando el poniente para darle a las calles un confortable calorcito mañanero), cuando de por vida queden atrapados para almacenar su energía en las obligatorias baterías a instalar, posiblemente suprimiendo el más que aplaudido paseo panoramico sobre el “planetarium”( que por el momento solo es una idea en voz alta), para acatar, decididamente, que “aquello” pueda considerarse “sostenible”. Pero más que insostenible, será inaguantable el previsible frío que a causa de la umbría se dejará sentir al paso por la encrucijada de laVenera.

Con la misma velocidad que aparecen velas de colores de desagravio al destinatario de las negras, es más que probable que fluyan los vientos del Norte para ulular en las oscuras noches por los resquicios de las chapas reclamando el mimo, y el mercado emblematico, del primer pacto, palabras incumplidas, tal vez porque no se firmaron, pero que están filmadas. Y escritas.

En el segundo, Encarnación y Alameda, ¡Ay Alameda! Velas de un mismo barco, velas de colores, velas negras.

Jano eterna, Triana y Macarena, papa o bistec, pero nada que tenga que ver con los champiñones, sombra de las sombras, madre de todas las sombras, dos pasos, que evitan pasar bajo la vela, epatante vela, pues no es cera todo lo que arde cuando se trata de luz. Y taquígrafo.

Francisco Rodríguez Estévez

Sevilla a 22 de Marzo de 2007

jueves, 20 de marzo de 2008

Un palio de sombras

Pasos por la Encarnación

Mientras tanto llega el papel inapelable, ese que puede quitar los justos deseos pero nunca la razón, ese que en ocasiones imparte justicias injustas, ese que hace que ante el papel, en una espera sin tiempos, pueda advertir en demasiadas ocasiones que el mensaje no llega, pues, para que este sea rotundo, claro y contundente, lo ideal seria que fuera corto, y que para nada hace falta tirar por las ramas describiendo metáforas increíbles, inventar frases lapidarias, y textos para un psicoanálisis.
Pero, cierto es, que llegado a este punto álgido, (donde el silencio se ha pertrechado), resulte inevitable que frente a su blancura, inmensa blancura de desolación, donde en la nada solo se permite colocar unas líneas de palabras, pocas, para que estas puedan salir a la luz, para que puedan ser leídas, analizadas, y reflexionadas, más que para llegar a algo que pueda resultar impositivo, al menos, para pensar que no fue un inútil esfuerzo, si mal, la evidencia de los resultados, deja sentir que llega antes los pasos bailables de los chiquilicuatros.
Que podemos hacer cuando existen las diferencias pero no se advierten, pues no es lo mismo estar a un paso de tener por delante la sentencia del romano derecho, que con el izquierdo por delante tener el paso de la Sentencia con los armaos.
Así, los misterios del retraso inexplicable del metro, el tranvía de corto recorrido, lo de las incalificables setas y la incompresible Alameda, quedan como pasos dados, para ser desandados.
Son como esos pasos de misterios inescrutables de prendimiento con beso pactado de traición, de silencio ante el mayor de los desprecios, de “un no te la quiero dar” barriobajero, y de una urna triunfadora. La misma historia de siempre, el vamos a cambiar, el izquierdo por delante, a esta es.
Setas, o alcauciles. Metro y tranvía subterráneos, carril para peatón, ¡ya!, y Alameda, ¡ay! Alameda entre San Antonio y San Juan, por que de las palmas se encarga el de los bocadillos.
Dos líneas transgresoras, añadidas para que solo el atento lector, en esto que no es, si no más de lo mismo, descubra sin apasionamientos que hizo, para merecer esa condena.
Francisco Rodríguez Estévez
Sevilla a 20 de Marzo de 2008

miércoles, 19 de marzo de 2008

UN TOQUE DE DISTINCION

Una de romanos
Tiene su cosa, su “age”, decirle a los romanos “armaos”. Reminiscencias hispalenses. En Roma, desde hace unos días una disposición del alcalde, al “armao” que se acomode sus atributos, se le caen las plumas.
Se dice, que la Betica se dejó conquistar para dominar el cotarro, no en vano, esta se hizo colonia para enviarle emperadores al Imperio, nada menos que para solucionar la economía, y con esta gracia propia de la tierra, se inventaron toda clase reglamentos recaudatorios.
Parece que no, pero es cosa tan cierta, como sorprendente, que en la Roma eterna, la que como esplendor del pasado muestra al mundo sus entrañas,( de la misma forma que la pequeña Julia esconde inexplicablemente las suyas de cuando fue parte de aquella, antes que mercado), donde todo parecía inventado, nada menos que las vanguardias de estos nuevos tiempos, que hace setas, como quien hace en sus luces oes con un canuto, ha tenido una ocurrencia tan propia de esta latitud y que afortunadamente no se trata de hacer un hotel en el Coliseo, si no que se han propuesto de acabar con algunas cosillas del pasado, por supuesto que para nada abolir aquellas que salieron de las plumas de aquellos mandamases paisanos.
Pero, al ser algo rompedor, de las vanguardias, y como tal cosa, incluso peores, es algo a lo que aquí nos estamos acostumbrando, lo novedoso de esta ultima tontería de la municipalidad, romana por supuesto, estriba en hacerlo obligatorio, como en el tiempo de los circos, y regularlo por un reglamento sacado de la mismísima pluma del avestruz, y no por capricho, al hispalense modo.
Doscientos euros, cien por pieza, es el importe de multa que le será impuesta al varón, (pues no se contempla eso de la paridad en cuestión de arrasques y cuelgues), al que se le ocurra en plena calle acomodar la bolsa, torcer el báculo en una mejor disposición, camuflar los atributos de su “armadura”, y tenga la mala suerte de que sea observado por un agente de la autoridad.
Las manos lejos del poder. Lo que no se sabe es que si el poder, ese que parece que no se cansa de tocarnos las bolsas, y lo que no son, unas para vaciarlas, y para hincharnos las otras, por semejantes actos, propios de la costumbre romana cuando, al ver pasar ese ultimo coche que todos tenemos que tomar, cierran en su puño el apéndice y lo que cuelga. Y mira por donde los prebostes se van de rositas.
Francisco Rodríguez Estévez
Sevilla 19 de Marzo de 2008

viernes, 14 de marzo de 2008

Dos historias de los 50

Archivo de la experiencia



Poco más de diez años tenía en aquel verano del 59, cuando empezaron aquellas vacaciones en las que sucedió este recuerdo. Cierto es que estas consistían, especialmente, en no tener que levantarme temprano para acudir al colegio, y, aparte de jugar en la calle, disfrutar de un polo de menta, y cazar zapateros, se complementaba con alguna esporádica excursión dominguera a la playa, alternándola con el refrescante baño de la piscina publica. Por las noches, teníamos secciones multitudinarias frente nuestro televisor que llenaban los corredores de vecinos.

Aparte, de ayudar misa por las mañanas en el convento de las Carmelitas, y las propias carreras tras una pequeña pelota de trapo para quemar las energías, solo cabía esperar, alguna que otra tarde, la llegada del camión de melones para, junto a otros chiquillos descargarlos, como si de un juego se tratara, pues todo consistía en lanzarlos como pelotas a las manos del encargado para que este formara una gran pila en el puesto que se instalaba en la calle, y cuya recompensa al finalizar era degustar el suave almíbar de la pulpa de aquellos que se estrellaban contra el suelo. Ni que decir tiene que era cosa que pocas veces sucedía, pues era motivo para que en lo sucesivo no te permitieran hacerlo.

En medio de la calle, una gran montaña de arena de unas obras de adoquinado que no parecían acabar nunca, en las que tanto disfrutamos dos largos veranos, realizando inútiles trampas con cañas y cubriéndolas con papel para que aguantara la fina capa de tierra. En ocasiones, algunas noche nos daban dinero para ir al cine, especialmente el Regina, a General, donde los árboles colgaban bombillas de colores con efecto de frutos luminosos, y las damas de la noche florecían para camuflar los olores de adobos refritos, en el aceite de la temporada, mientras nos comíamos el cucurucho de chochos y Stan Laurel y Oliver Hardy, bajo la bóveda de estrellas concluían su historia con un final feliz, y en la gigantesca pantalla con el The End, y solo si sobraba algo, a la salida dábamos cuenta de un platito de higos chumbos.

Aquello era disfrutar. Cierto es que no todos podían. En el barrio la chiquillería, advertía los desequilibrios económicos existentes, más si la orfandad se juntaba con la pobreza existente llenando corralones de vecinos. Acaso fuera, por estar en aquel momento en el grupo espontáneo que se forma en la afinidad de la edad, esa que deambula de un lado para otro, sin saber el porqué, el caso es, que no acierto a recordar la causa que nos condujo hasta aquella fuente con peces de colores, que antes fuera de la plaza de abasto, y que pasó a formar parte de la pequeña plaza arbolada a la que llaman la Encarnita.

Tal vez fuera la calor, que hizo en aquella tarde estival, la que me llevara a buscar el frescor de aquella placita cercana para colocar en alineación las cañas para una prometedora caza en el reguero de agua de una fuente sin fin, cuando, al llegar sabía que debía de esperar, pues allí estaban varios de aquellos picaros vivientes, salidos de un entremés cervantino, que por ser algo mayores, eran los más atrevidos, aquellos que, castigados en su pobreza, solían campear en el peligro sin advertirlo.

Rebeldes y orgullosos siempre agudizaban el ingenio para inventarse cosas, cuando de repente algo hizo que se sintieran hijos de la mismísima Procúla Julia y herederos universales de la poderosa Isbiliya, y despojándose de sus ajadas camisas y sus remendados pantalones cortos, desnudaron sus famélicos cuerpos para convertir el placido hábitat de las carpas doradas en una therma particular, en su hammam de placer, más que para paliar el calor, aplacar su rebeldía contenida, trasgrediendo lo prohibido, en la ausencia del guarda jurado, vigilante del orden, que posiblemente se encontraría en el sopor de la siesta.

Al instante, la pileta quedó convertida, simulando, en su dulzor, un Lepanto de chapoteos, una batalla al calor, llenándose de embarcaciones recreadas en palos, cañas, tablas y todo lo que flotara, entre salpicones y zambullidas. Aros de barricas de arenques, que sirvieron de ruedas transportadoras, e incluso alambres de guías, quedaron en la verdina del cenagoso cieno hundidos por el fragor del acuático combate, mientras las fauces de los leones rebozaban de agua los bordes de mármol, para que se llenara la placita de avispas y de libélulas apareándose, en el equilibrio imposible de rojas y amarillas, de amatorias “pegaeras”.

Mientras se secaban al sol, decidí, sin saber la causa que me impulsó a ello, retirar de las turbias y agitadas aguas, los restos flotantes de aquel naufragio: un palo, una tabla, dos trozos de caña de escoba, un corcho, una rama larga, un alambre gordo. De pronto, un aviso, ¡guindi!. Una carrera, una estampida, y todos desaparecieron. Allí me quedé, cubierto con mi pañuelo con cuatro nudos en los picos sobre la cabeza, que me protegía del despiadado sol en su cenit, continuando tranquilamente aquella cívica tarea, ayudado por un alambre, hasta conseguir el taco de madera que aun se mecía en la recobrada calma de la “bajamar”.

Por la mirada amenazante del inesperado guardia municipal aproximándose, me di cuenta del motivo de la desmandada. Pero no tenia nada que temer, era evidente que estaba limpiando la fuente.

El agente me cogió brutalmente por la espalda, siendo un niño de apenas diez años, como si de un malhechor se tratara, arrugando dentro de su enorme puño la planchada camisa roja que llevaba y, preguntándome donde vivía, me hizo recoger todo lo que había sacado del agua. De esta manera despiadada, me condujo cual delincuente, fuertemente asido hasta mi casa, con la amenaza continuada de ser denunciado como el causante de arrojar en la fuente publica todo aquello que, a modo de prueba, me hizo portar para mayor escarnio. Suerte que mis padres no creyeron ni una sola de las palabras de aquel agente, pues sabían perfectamente que nunca, por como me educaron, podía haber realizado un hecho semejante. Desde entonces, cuando observo que algo flota en una fuente publica, por más que me duela, ni por asomo, lo retiro.


Y este es el otro

Archivo para la memoria (2)



A punto de cumplir los doce años, y como cada día, antes de que empezaran las clases, me preparaba para ayudar la obligatoria misa en la Pía Institución, mientras sacaba del armario los de acólitos para revestirnos, veía colgando en sus perchas los preciosos trajes celestes de la escolanía.

Tenía este colegio de curas dos secciones bien diferenciadas, eran como dos colegios apartes, dentro del mismo edificio, a tal punto que, en las masificadas aulas de la gratuidad su dureza espartana se dejaba sentir en las palmas de las manos, mientras un sutil “versalles” se encontraba tras la cancela divisoria. Benefactor y beneficiado, juntos y separados. Sombras por Sol, brillo de reluciente espejo, en Luna. Oscura puerta, a la pobreza, jardines a la opulencia. La severidad de los silencios, los rezos obligados, las filas de lentos pasos, todo tenía una marcada disciplina a nada que se traspasara la estrechez de la puerta, por la que difícil lo tenía aquel del grupo del azogue que quisiera transgredirla.

Era normal, para dominar, para amansar, a los rebeldes de carácter, (algunos, en la desgracia de una injusta orfandad, criados en la calle, y muchos, sin recursos), que estos, en castigo disciplinante le sirvieran la comida, a aquellos alumnos que no pertenecian a esta benefica seccion. Una cura de humildad, que era, en el interior de su rabia, una humillación a la que le sometían los curas, de la que se vengaban metiendo el sucio dedo gordo en el plato de la sopa, incluso llegando a escupir en el antes de colocarlos en los manteles de la exquisitas mesas.

El hecho de ser monaguillo, que tenia su guasa levantarte antes para que todo estuviera preparado, además de no tener que formar parte de la larga y silenciosa fila, eximia de estos “servicios”, es más, con el tiempo las sintonias con los “padres” iba creciendo al punto conocer al dedillo todos los pequeños detalles diferenciadores entre estos, en definitiva las manias, en vestirse, en la forma de entregar las vinajeras, incluso el modo de tintinear las campanillas, o alzarle la casulla, lo que nos hacia alcanzar un status envidiable, obtener una cierta flexibilidad y tolerancia en el estudio, y gozar de ciertos privilegios en los castigos colectivos, pues estos se tenían que levantar, para oficiar la ceremonia eucarística.

Lo mismo ocurria con los niños cantores, inclusos a estos se les dejaba jugar al fútbol con un balón de cuero en el patio del “otro colegio”. Me fascinaba ver aquellos trajes colgados en la sacristía, diría que tenía unos vehementes deseos, pero no para jugar al fútbol con un balón de cuero, sino por verme vestido de esa guisa.

Mira por donde, parecía que iba a tener la oportunidad, cuando al cambiarles la voz a varios de ellos se anunció que habría una prueba para incorporar seis nuevos. Por todos los recursos a mi alcance, en la confianza adquirida con los sacerdotes, pedí a los padres que me echaran una mano para lograr pertenecer a la escolanía, donde más de doscientos niños sabía las ventajas que aquello tenía.

Aunque buscaban entre los más pequeños, al objeto de que la formación vocal fuera mas duradera en el tiempo, durante varios días estuvieron, por ser justo, probando todas las voces, con lo que cada tarde, unos veinte, al acabar las clase esperaban su turno para ello.

Cuando me llegó, tenía el convencimiento de que me escogería, pues sabía la misa en latín perfectamente.

El padre Manuel, era el examinador, estaba sentado en una silla y delante de el iban pasando, para realizar una escala, uno a uno, no sin que algunos le hiciera levantar de esta, al darle la risa, y se ganaran un coscorrón.

Ardua tarea la de convertir aquellos pequeños diablillos en celestiales querubines, para que sus increíbles voces de gritos y algarabías en el gris patio, trasformarlas para que en la iglesia sonaran como si procedieran de la mismísima Gloria. Mi confianza subía, pues era este sacerdote al que más veces había ayudado en sus misas, y ninguno de los que me antecedían resultaron elegidos.

Frente al el, dispuse una sonrisa de complicidad. A ver, me dijo, que haces tú aquí. Parecía una acusación, cuando el conocía perfectamente los motivos, y cual era el registro de mi voz de tantas salves entonadas a su lado, y si no era excelente, al menos las ganas de hacerlo bien no me faltarían.

Era el ultimo paso para lograrlo y no respondí, solo doblé la cabeza, como contestando, pues ya ve usted. Transformándose irrumpió, venga, di la escala. Así me dispuse, pero cuando solo había dicho DO, el dijo NO, rotundo y decepcionante. Por mi cabeza sentí que nunca me podría vestir aquella ropa celeste digna de un príncipe de algún reino.

De siempre pensé que todo se debió a que era un buen monaguillo, al que todos los sacerdotes querían, y este, sospechando que si pertenecía a la escolanía, no volvería a ayudarles misa, y tendrían que preparar a otro, fuera motivo suficiente para que el padre Manuel, ante la posible presión del resto de sacerdotes se vio forzado, nada menos que en la primera nota musical, un tímido Do que apenas salió de mis labios, a rechazarme. De todas formas, si hubiera pasado la selección pude saber que nunca hubiera cantado. A los pocos días, armándome de valor, con la complicidad de otros monaguillos, descolgamos algunos de los trajes, pues eran todos iguales, con la intención de vestirlos, y el inoportuno estirón propio de la edad hizo que el deseado ropón me quedara de un ridículo espantoso, del que aun me río al recordarlo.

A pesar de todo, me quedó ese resentimiento hacia el buen padre Manuel, por no haberme dejado, sabiendo la ilusión que aquello me causaba, llegar al SI.

Agradecimiento

Sevillanear

(dicese de la sevillanisima actitud en aguardar a que el tiempo resuelva)



A veces, no hacemos nada, por que

Dejamos que otros se

Encarguen de eso que nos debe de

Preocupar

A todos

Y que luego nos resulta tan

Bonito y

Encomiable, los resultados, para hacerlos

Nuestros, como

Bienhechores de una ciudad

Abandonada a su

Suerte, y

Olvidada, por nuestra pasiva actitud.

Generemos el deseo por

Recobrar, todo lo que se puede perder

Antes de que nos demos

Cuenta,

Inesperadamente,

Acaso solo sea por nuestro

Sevillanear.

Francisco Rodríguez Estévez

Sevilla a 13 de Marzo de 2008

viernes, 7 de marzo de 2008

Un tesoro, mas IVA (Mucho más que un diamante)

Mucho más que un diamante

A falta de dentríficos eficaces para prevenir enfermedades de encías y dientes, en una población sin hábitos de higiene bucal, un laboratorio tuvo a bien recomendar y comercializar el perborato con un anuncio que decía: “Un diente vale más que un diamante”, resultó evidente que si como laboratorio no alcanzó el reconocimiento, por el de vidente, seguro que lo logró.
Parece mentira, pero es cosa cierta que, en estos tiempos de avances tecnológicos aplicados en la Medicina, acudir al SAS con un dolor de muelas, se tienen toda las papeletas para que esta se pierda, tal que, el método en vigor, viene a ser similar al de aquel barbero cervantino, solo que a falta de botijo, el chorrito de un surtidor llena el vaso de plástico para el enjuague sanguinolento que evacua la piletilla al quedar sin uso la quijotesca bacía.
Lamentablemente no tenemos en la sanidad publica la suficiente estructura medica para llevar a cabo, por el altísimo deterioro existente causado por la ausencia de esta, a la que uniríamos la elevada demanda, si esta se hiciera, para una atención bucal conservadora y regenerativa, al objeto de no volver a llegar a situaciones como la de esos miles de mayores que mastican con desgastadas encías, en su defecto con engorrosas prótesis que tienen que pegar cada día, cuando hoy existen mejores y más eficaces soluciones.
Basta ver la diferencia entre este servicio de salud, importantísimo, por ser la boca puerta de múltiples patologías, en la sanidad publica y en la sanidad privada. Mientras la primera carece de las coberturas ante el problema, salvo la extracción, cuando, en ocasiones, son prescritas por los mismos estomatólogos en consulta privada, en esta todo se resuelve. Así pues, eliminar una caries, una elemental limpieza de boca, (recomendada cada seis meses), un empaste, una reconstrucción, o un implante son servicios excluidos, por más que se sepa la importancia de la salud bucal para prevenir muchas enfermedades, por no incluir las que pueden derivarse de la modificación del carácter, cuando no se puede tomar algunos alimentos, o no poder realizar una correcta masticación.
No queda claro, pues los responsables políticos nada dicen al respecto, por que se tiene esta deficiencia. De ella solo se puede saber que puede ser por la falta de médicos en un área en la que es claramente deficitaria, y otra causa puede ser (aunque tengo serias dudas), eso que llaman lo costoso que son elementos de aplicación.
Cierto es que no todos disponemos de la cantidad, ni estamos en condiciones de pagar un préstamo, para abonar las cantidades que, en el pasado año de 2006, donde 180.000 pacientes pasaron por las consultas privadas, previo pago de su importe ( 1100-1600 euros por cada implante de titanio) para obtener unas prótesis eficaces, lejos de las arcaicas dentaduras postizas a las que al parecer estamos condenando a sufrir a cuantos su disponibilidad, como su boca, no está para pegarle semejante bocado, a un salario corto, por no recurrir a la socorrida pensión de viudedad.
No me cabe duda que serian cientos de miles los pacientes necesitados de esta nueva tecnología de implantes dentales, razón de más para que fueran atendido, razón de más para adquirir las materias básicas y los tornillos de titanios en un costo menor, razón de más para evitar otras patologías, razón de más para alimentarse mejor, razón de más para ser mas felices, razón de más para, como se anuncia una clínica de implantes, sonreír.
Sevilla a 7 de Marzo de 2008-
Francisco Rodríguez Estevez

miércoles, 5 de marzo de 2008

Mercaderes de palabras

A debate

Champiñones, setas, o alcauciles, que nunca sabremos, hasta que llegue el día, en que quedará esto de la Encarnación y su sostenibilidad, de acuerdo con las medidas anunciadas para la lucha contra el cambio, naturalmente, climático.
Sin embargo son en estos días, en los que aquellos que no atienden las peticiones que durante años se les formulan, vienen nada menos a pedir que se les tenga confianza. ¿Confianza?, para seguir, para cambiar, o para cambiar para seguir.
Daría lo mismo, pues lo escuchado en lo que llamaron “debates televisivos”, hace que apenas se aprecien diferencias, en especial las que deben de marcar las ideologías, para hacer promesas, pelin alegres de llevar a cabo, en una gestión que se nos hace harta complicada.
Para los analistas, el rigor de la gestión tiene solo dos parámetros, el correcto, y el incorrecto, sin embargo las ideologías tienen sus matices.
La complicada empresa, tiene la empresa complicada de encontrar los recursos, sin crear desequilibrios, y conseguir el justo, para atender las prioridades, especialmente en aquellos puntos carenciales, cosa que en absoluto puede ser cosa facil.
Al contrario que mi comunidad de vecinos, en la que nadie quiere asumir su turno responsable para ocupar los cargos estatutarios, no deja de extrañar que encomienda tan delicada, siempre tenga candidatos dispuestos, por vocación de servicio, a comprometerse a llevarlas a cabo con honradez y transparencia.
Basta saber, visto que en el “encuentro”, muchas de las categóricas afirmaciones realizadas, fueron replicadas con ese correcto, “eso no es cierto”, el contundente “falso, el inapelable, “miente”, y el rotundo “nos engaña a todos”.
Pero como no se tenia “tiempo televisivo” para aclaraciones, lo mejor sería, para que los que debemos otorgar la confianza solicitada, tengamos esta, y para pensar que no se nos engaña, lo deseable para lo sucesivo está en que les coloquen el polígrafo, al menos llegaremos a saber si el libro blanco era de cuentas, de una lechera soñadora, o de Calleja, y si a la niña, la trajo la cigüeña, o un experimento de clonación con celulas madres.
Sevilla a 4 de Marzo de 2008
Francisco Rodríguez Estévez

domingo, 2 de marzo de 2008

Mercado en campaña

El cartel

Es decepcionante saber que después de, nada menos que treinta y cinco años, muchas personas desconocen donde se encuentra el mercado provisional de la Encarnación, y algo peor, cuando otras lo creen definitivo. Si aciertan a pasar en estos días por allí, lo reconocerán por un enorme cartel amarillo, una pancarta eventual que, por los años que lleva allí colocada, parece que fuera, como su provisionalidad, una herencia que tambien le dejó el pasado a estas libertades.
Hay quien cree que es un grito permanente, como su cautiverio, que se repite, como un discurso de políticas vacías, diciendo desde haces muchos años las mismas palabras.
Ni se sabe el número de las campañas que pasaron desde que le colocaron, con tanta intencionalidad, como inutilidad. Nunca se le sacó mayor rédito propagandístico a un espacio, se diría que resulta tan inaudito que semejante mensaje, con fuerza, con corazón y cabeza, tal como los que piden votos a diestra y a siniestra, solo sirve para continuar igual que el día de su “pegada” demandando, con aquello del sueño, los “YA” inmediatamente. Mercado ya, si al proyecto. Menos Cultura, y más aparcamientos.
Pero no debe de confundirse en la frágil memoria, que al proyecto que se le grita ese “SI”, y el “YA” al mercado, nada tienen que ver con esas setas, ni con el extraño y ridículo mercado. Afortunadamente en lo de la Cultura, y lo de los aparcamientos, es evidente que tampoco, por más que aplaudan, les están haciendo el menor caso. Nadie puede imaginar, lo que hubiera sido al revés, y en su lugar pusiera “Seta, NO”. Impensable.
Bajo el arco triunfal de sus letras, azules, y rojas, pasan al interior, como un viaje al pasado, toda una trouppe de repartidores de propaganda, prometiendo ni se sabe, a cambio de que se le otorgue una confianza para que todo siga igual, o para que cambie. El cartel aguantará esta campaña, y con seguridad la próxima, pues lo que parece que importa, no es el futuro de los arrinconados vendedores. Es lo que puede percibirse, cuando tantos altos salarios de lo publico, en lugar de mantenerse en sus despachos, atentos a las obligaciones propias de sus ocupaciones, que es lo mínimo que se les puede pedir, se ocupan de pedir al publico para que los mantengan en sus despachos, obligados en lo mínimo y, como es propio de la ocupacion, atentos a los altos salarios que perciben.

Sevilla a 2 de Marzo de 2008
Francisco Rodríguez Estévez