viernes, 6 de mayo de 2016

Una ‘victoria legal’ pero sin mayoría absoluta

Carlos Mármol | 22 de julio de 2010 a las 13:30
El alcalde ganó la votación in extremis gracias a la ‘ley municipal’ pero sin tener el respaldo de la mayoría real del Pleno.
Se nota que lo de la Encarnación ha estado, desde el principio al final, liderado por catedráticos. ¿Cómo si no se logra la sublime paradoja de privatizar durante cuarenta años un espacio urbano público y, al mismo tiempo, que la operación le cueste como mínimo al Ayuntamiento 63,4 millones de euros en subvenciones directas (sin contar otras cantidades pagadas en especie) y la gesta esté aún inacabada? Resulta digno de estudio. Fruto de, como decía el célebre borracho de la taberna a Max Estella en Luces de Bohemia, un “cráneo privilegiado”.
Un catedrático –habilitado– fue quien diseñó el plan financiero que al final ha terminado, nunca mejor dicho, haciendo aguas. Y otro catedrático fue a quien ayer le tocó defender tal dislate en el Pleno. Al primero, Manuel Jesús Marchena, ex gerente de Urbanismo, responsable de las empresas municipales, hombre de confianza de Monteseirín, no se le vio por Plaza Nueva durante la sesión. Ilustrativa ausencia.
El segundo, Manuel Rey, delegado no electo de Urbanismo, presentado en sociedad ante los constructores por el rector de la Hispalense hace apenas unos días, aportó al debate sobre el interés público de terminar la Encarnación un argumento que explica, mejor que pudiera hacerlo cualquier adjetivo, por lírico que éste fuera, el concepto exacto que tienen en el gobierno local de cuál es la responsabilidad que debe asumir un político en la delicada tarea de la administración del dinero público y, por tanto, ajeno. “Para el cabreo, pastillas Macabeo”, le soltó Rey al PP cuando Zoido le reprochó el notable desahogo con el que se han gestionado las setas.
Dejando de lado ambos detalles, que siempre ayudan a entender las cosas, lo cierto es que la ceremonia plenaria del Parasol fue muy poco edificante. Se usaron todos los condimentos posibles para hacer tragar un menú incomible: demagogia, manipulación interesada, teatro mal interpretado, silencios y hasta su episodio de ternura. Una delegación de los placeros de la Encarnación acudió al Consistorio.

¿Para qué un Pleno?

Monteseirín sacó adelante el modificado presupuestario con su voto de calidad . Lo hace por segunda vez en apenas dos meses –la ley establece que recurrir a esta potestad debería ser cosa excepcional–, con el informe del Consejo Consultivo de Andalucía expresamente en contra y, quizás, con la certeza de que con esto quema su último cartucho como gobernante. Apelando a conveniencia a los formalismos y con una singular revisión de la larga historia del solar de la Encarnación, con las lagunas pertinentes para no quedar mal, el regidor, amortizado políticamente desde hace tiempo, parece por fin haberse dado cuenta de que cuando uno no tiene nada que perder –¿o quizás aún sí?– es justo cuando puede darse el gusto de hacer realmente lo que se quiere.
El problema es que el dinero con el que costeará semejante lujo de última hora es el de toda la ciudad, aunque esto es un factor que hace tiempo dejó de preocuparle. Lo extraño es que al PSOE –que es quien presenta a Juan Espadas como nuevo cabeza de lista a la Alcaldía– no le ocurra igual. Los ediles vieristas, alguno de los cuales el miércoles evitaron acompañar a Monteseirín en el momento solemne en el que anunció que continuaba adelante con las setas, votaron ayer en silencio a favor de la propuesta de la Alcaldía. ¿Obediencia debida?
En realidad no se entiende bien el motivo de convocar un Pleno. Si era para debatir la cuestión, resultaba a todas luces innecesario. No había nada que hablar: se va a hacer lo que ha decidido la autoridad competente; militar, por supuesto. Además, el asunto ya se discutió cuando el modificado presupuestario pasó por el Pleno, aunque en este punto hay que recordar que la primera vez que se intentó colar tuvo que retirarse porque la presidenta del Pleno se fue de romería al Rocío y dejó sin mayoría al PSOE.
Pleno ayuntamiento
Desde el principio ha sido obvio que la decisión es competencia exclusiva del alcalde. Podría haberlo resuelto por decreto. Hubiera sido igual. La táctica de arroparse en el conjunto de la Corporación no le ha funcionado: el PP, lógicamente, no iba a salvarle e IU, que ya ha comenzado a marcar distancias, al igual que hizo en su momento optó por abstenerse para, sin apoyar expresamente el Parasol, no dar oxígeno a Zoido. Hubiera sido muy divertido que Torrijos votase en contra: quizás así le aplaudirían, aunque fuera sólo por un día, los que le acusan a diario de todos los males antiguos, presentes y venideros de Sevilla. “La próxima vez lo haremos en contra”, advirtió el primer teniente de alcalde. No habrá próxima vez. Y no porque la obra vaya a terminarse en plazo o no vaya a requerir más dinero, sino porque con el nuevo cheque en blanco a Sacyr la hucha del PGOU ha quedado vacía. Aunque hicieran falta más fondos, no hay de dónde sacarlos. Todo se ha gastado en los grandes proyectos estrella de Monteseirín, el alcalde del Quattrocento sevillano.

Mayoría formal

La verdadera opinión del Pleno, en realidad, es justo la opuesta a la que ayer salió –jurídicamente hablando– adelante. ¿Cómo es esto? Basta contar para caer en la cuenta: los votos que ayer no apoyaron expresamente la continuación del Parasol –los 15 del PP y los 3 de IU– suman la mayoría absoluta del Pleno. Una mayoría legalmente no vinculante, pero significativa en términos políticos. Y estéticos. Monteseirín ganó la votación no porque su decisión personal cuente con el respaldo democrático del máximo órgano político de la ciudad –que es el Pleno– sino sencillamente porque la ley permite que su voto valga el doble en caso de empate en ciertos temas claves. Lo que no está claro es si seguir o parar el Parasol es algo que tenga que ver realmente con la gobernabilidad de Sevilla.
La decisión de continuar con las obras es, por tanto, legal, pero políticamente resulta demasiado débil. Si existiera un mínimo sentido de las formas democráticas no hubiera debido adoptarse, igual que si en la Plaza Nueva se tuviera voluntad cierta de respetar el verdadero espíritu de la leyes no se seguiría huyendo hacia adelante tras el dictamen del Consultivo. Que en lugar de hacer lo que se debe se haga lo que conviene entra dentro del guión. Lo que es ya intelectualmente obsceno es que, además, trate de camuflarse la verdad. Un ejemplo: se va a volver a dar dinero público –30 millones de euros– sin concurso público alguno a una empresa que no cumplió el contrato que firmó hace cinco años con el Ayuntamiento, sin controles y sin buscar alternativas en otras sociedades mercantiles.
Y se hace asumiendo, implícitamente, que la responsabilidad es exclusivamente municipal –como hace el informe económico en el que se sustenta la singular interpretación del interés público de Monteseirín– cuando existen documentos técnicos que prueban que el problema clave del Parasol fue contratar un proyecto sin tener un proyecto arquitectónico mínimamente armado y, además, ocultarlo a los ciudadanos durante más de dos años. Todas estas contradicciones parecen no contar lo más mínimo para un ayuntamiento que durante años ha repetido, y todavía repite, que el Parasol es vanguardia arquitectónica porque lo han incluido –es de suponer que previo regalo– en una exposición temporal del MoMA de Nueva York. Tan vanguardista es que nadie sabe cómo construirlo.
Tras el Pleno, el trayecto político está agotado. Electoralmente, ya se verá. Dada la sordera municipal, a los opositores a las setas sólo les queda el recurso judicial. Bien por vía administrativa –como ha anunciado que hará la asociación patrimonialista Adepa– o por los senderos relacionados con las decisiones que se toman a sabiendas de que son incorrectas. No dirán que no es llamativo: que el dinero público no se malgaste en Sevilla no depende de los políticos ni de los funcionarios, sino de que la sociedad civil ponga un pleito. Pagando, claro.

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