miércoles, 29 de abril de 2015

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El precio justo (Año 2006)

El concurso era fácil, al menos mirando la pantalla, lo parecía. Se trataba de calcular el precio de los regalos que el presentador mostraba, y que hizo famoso con su frase “a jugar”.
Seria un concurso sin ganador, algo así como una estafa, si aparecieran por el escaparate las setas de la Encarnación. Nadie podrá calcular por cuanto nos saldrá lo de las setas, phaloides o muscarias, porque tendrán un costo que ni se lo imaginan. Todo un derroche.¿Lo calculan?, Pues se quedaran corto.
Cuesta imaginar, poniéndole valor monetario, lo que ha supuesto durante tantos años permanecer calladamente en semejante sitio para los 91 comerciantes que lograron permanecer arrinconados en ese purgatorio de espera, llamado provisional, donde algo mas de un tercio de ellos han sucumbido.
Mucho mas difícil resultaría calcular la vergüenza soportada en esas jaulas de dimensiones inferiores a las que exigen para habitáculo de los primates.
¿Saben lo que ha supuesto permanecer en un chabolismo comercial, por una expropiación municipal, tan degradante,  evidentemente franquista, como para perder los estímulos necesarios para ejercer la venta con dignidad, bajo unas chapas recalentada en los días calurosos por un poniente inexorable, haciendo del lugar un horno insoportable, fuera de toda normativa legal sobre condiciones de trabajo.?
 Y que decir de los inviernos bajo un peligroso asbesto cuajando carámbanos en la marquesina de zinc.
A todo eso únase la mentira del mercado emblemático para la ciudad, y cerciórense de lo que es la ocurrencia del “parasol y los cuarenta” puestos del mercado dedalito, todo un cuento, pero de los de Calleja. Y de la ruina , suma y sigue.
Añadan el expolio a la Historia, donde cada excrecencia de la perla retirada era paginas de un pasado que se perdía. Calculen si pueden el valor de las acacias taladas, y los castaños de indias, sumen lo de las modificaciones en las alineaciones medievales.
Incrementen el lucro cesante del anterior concesionario para evitar los retrasos de un litigio ponderando una desposesión, tras un gasto y una inversión que al parecer le faltó de todo menos urgencia.
Resten, porque no encontraran ni estación para el metro, ni tranvía bajo la alargada sombra de una cubierta  que no dejará de ser un inútil icono del tiempo del sueño. Ni que decir tiene que deben de incrementar, para cuando este pase, la factura del derribista, y eso si, cabe pensar que en esta ocasión se efectuará el pago cuando se compruebe que el trabajo ha sido realizado, evitando la duplicidad en las facturas.
Con estos datos y los flecos que omito para no aburrir, les digo “a jugar”.
Francisco Rodríguez Estévez
Sevilla 29 de mayo de 2006


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