El concurso era fácil, al menos mirando la pantalla, lo
parecía. Se trataba de calcular el precio de los regalos que el presentador
mostraba, y que hizo famoso con su frase “a jugar”.
Seria un concurso sin ganador, algo así como una estafa, si
aparecieran por el escaparate las setas de la Encarnación. Nadie podrá calcular
por cuanto nos saldrá lo de las setas, phaloides o muscarias, porque tendrán un
costo que ni se lo imaginan. Todo un derroche.¿Lo calculan?, Pues se quedaran
corto.
Cuesta imaginar, poniéndole valor monetario, lo que ha
supuesto durante tantos años permanecer calladamente en semejante sitio para
los 91 comerciantes que lograron permanecer arrinconados en ese purgatorio de
espera, llamado provisional, donde algo mas de un tercio de ellos han
sucumbido.
Mucho mas difícil resultaría calcular la vergüenza soportada
en esas jaulas de dimensiones inferiores a las que exigen para habitáculo de
los primates.
¿Saben lo que ha supuesto permanecer en un chabolismo
comercial, por una expropiación municipal, tan degradante, evidentemente franquista, como para perder los
estímulos necesarios para ejercer la venta con dignidad, bajo unas chapas
recalentada en los días calurosos por un poniente inexorable, haciendo del
lugar un horno insoportable, fuera de toda normativa legal sobre condiciones de
trabajo.?
Y que decir de los
inviernos bajo un peligroso asbesto cuajando carámbanos en la marquesina de
zinc.
A todo eso únase la mentira del mercado emblemático para la
ciudad, y cerciórense de lo que es la ocurrencia del “parasol y los cuarenta”
puestos del mercado dedalito, todo un cuento, pero de los de Calleja. Y de la
ruina , suma y sigue.
Añadan el expolio a la Historia, donde cada excrecencia de
la perla retirada era paginas de un pasado que se perdía. Calculen si pueden el
valor de las acacias taladas, y los castaños de indias, sumen lo de las
modificaciones en las alineaciones medievales.
Incrementen el lucro cesante del anterior concesionario para
evitar los retrasos de un litigio ponderando una desposesión, tras un gasto y
una inversión que al parecer le faltó de todo menos urgencia.
Resten, porque no encontraran ni estación para el metro, ni
tranvía bajo la alargada sombra de una cubierta
que no dejará de ser un inútil icono del tiempo del sueño. Ni que decir
tiene que deben de incrementar, para cuando este pase, la factura del
derribista, y eso si, cabe pensar que en esta ocasión se efectuará el pago
cuando se compruebe que el trabajo ha sido realizado, evitando la duplicidad en
las facturas.
Con estos datos y los flecos que omito para no aburrir, les
digo “a jugar”.
Francisco Rodríguez Estévez
Sevilla 29 de mayo de 2006
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